Reportaje
Reportaje
Reportaje
Reportaje
Reportaje
Reportaje
Reportaje
Reportaje
Anna Zimmermann sueña con ser astronauta o trabajar en una estación de investigación en la Antártida. Siente fascinación por la vida en entornos extremos.
No salta en paracaídas desde acantilados. Tampoco cruza Estados Unidos en bicicleta en diez días. Sin embargo, si Anna Zimmermann pudiera hacer realidad sus sueños, experimentaría cosas más extremas que las que viven este tipo de deportistas.
Allá donde ella quiere ir, “todo lo que hay fuera te mata muy pronto”, dice. ¿Se refiere a la Estación Espacial Internacional, que orbita a 400 kilómetros de altura alrededor de la Tierra? ¿O a una estación de investigación en la Antártida? Probablemente a ambas cosas.
Vivir en entornos extremos y sobrevivir en los lugares más inhóspitos: durante mucho tiempo, este ha sido el gran anhelo de esta joven de 29 años oriunda de Argovia, que vive ahora en Berna y estudia Medicina.
Pero ¿de dónde proviene este interés? Se trata más bien de una fascinación, corrige Anna, quien alude al “ser humano” que ha evolucionado durante millones de años en “condiciones ambientales muy limitadas”. Sin embargo, no deja de sorprenderle el hecho de que el hombre siempre ha intentado salir de “su nicho ecológico” para aventurarse “en tierras desconocidas”. Este afán impulsa el desarrollo tecnológico “y nos permite alimentar sueños cada vez más ambiciosos”, afirma.
Anna siente especial fascinación por el poder de la mente humana. Si esta se entrena adecuadamente, nos permite superar nuestros límites físicos. “A pesar de ello”, afirma, “la mente es extremadamente frágil. Como humanos, estamos irremediablemente unidos a los demás y dependemos de ellos”. Desde muy joven, Anna se propuso explorar sus propios límites: hizo el servicio militar, terminó la escuela de oficiales y participó en ejercicios de resistencia. También ha viajado mucho por cuenta propia: en un trekking por Nepal, por ejemplo, pasó diecinueve días a más de 4 000 metros de altitud, en un frío glacial y siempre con la misma ropa. Y el pasado mes de febrero asistió en Noruega a un curso de medicina polar sobre primeros auxilios en caso de lesiones provocadas por el frío.
“Es más difícil volver de la Antártida que de la Estación Espacial Internacional, aunque estés en tu planeta de origen.”
Todas estas actividades le han enseñado mucho sobre sí misma y sobre los demás. También le han permitido tomar conciencia de lo agradables que son esos momentos en los que “la vida cotidiana se vuelve más simple, más pura: es una liberación”. Pero hay algo muy importante para ella: no hace todas estas cosas “por el mero hecho de hacerlas. Lo que me mueve es la curiosidad”.
Una curiosidad que la lleva cada vez más lejos y que, desde hace unos meses, la atrae hacia los viajes espaciales. “Ahí es donde convergen todos mis intereses”, confiesa. Lo descubrió hace casi un año, en ocasión de una visita al Centro Espacial Kennedy, en Florida.
A raíz de esta experiencia, que fue para ella una auténtica revelación, se dio a la tarea de investigar posibles contactos. Así fue como dio con la estación de investigación Concordia, operada por la Agencia Espacial Europea (ESA, por sus siglas en inglés) en la Antártida. Allí, los investigadores trabajan en uno de los lugares más remotos de la Tierra, casi como si estuvieran a bordo de una nave espacial. En esta estación se encuentra actualmente la doctora suiza Jessica Kehala Studer.
Posteriormente, Anna contactó a la asociación Asclepios, fundada hace unos años en la Escuela Politécnica Federal de Lausana (EPFL) por estudiantes y para estudiantes. Esta organización realiza misiones lunares simuladas. Este verano, Asclepios llevó a cabo su cuarta misión en los Alpes suizos, en la región de San Gotardo, con más de dos docenas de participantes de todo el mundo... y Anna Zimmermann estuvo allí.
Como estudiante de Medicina, fue asignada al centro de control, ubicado en un búnker subterráneo. En su camiseta azul de manga corta lucía, junto a su nombre, el distintivo redondo de la misión. Anna Zimmermann era responsable del bienestar físico y mental de los seis astronautas. Durante los catorce días que duró la misión, los astronautas vivieron en una zona aislada de las instalaciones. Realizaron experimentos, practicaron ejercicios de fuerza y solo se les permitió ducharse dos veces hasta su “regreso” a la Tierra. De vez en cuando se organizaba un paseo por la “superficie lunar”. Los astronautas se ponían trajes especiales y salían de su búnker, cercano al paso de San Gotardo.
Las imágenes de este experimento son divertidas y parecen irreales: siluetas jorobadas de color naranja, desplazándose entre peñascos y rocas y blandiendo herramientas. Se asemejan a algunos personajes de programas infantiles de televisión.
¿Son estas misiones lunares simuladas un simple entretenimiento? ¿Unas divertidas vacaciones para jóvenes aficionados a la ciencia ficción y que sueñan con ir a Marte? “En absoluto”, afirma Claude Nicollier, uno de los expertos espaciales más reputados de Suiza. Hasta la fecha, es el único astronauta suizo que ha viajado al espacio (véase la entrevista de la página 20). Este astrofísico y profesor honorario de la EPFL es el mentor del proyecto Asclepios.
Los estudiantes se sometieron a una preparación intensiva durante varios meses, explica Nicollier. “Se trata de un trabajo duro, que les exige mucha disciplina”. Este proyecto es fruto de la colaboración entre la ciencia y el ámbito empresarial. No cabe duda de que Asclepios es susceptible de aportar valiosas ideas para los “verdaderos” viajes espaciales.
Muchos de estos estudiantes anhelan ser astronautas. Cualquiera que haya participado en una misión de este tipo, dice Nicollier, suma puntos adicionales a la hora de presentarse a una misión espacial o para desempeñar otros trabajos en el sector aeroespacial. Y hay muchos.
La misión Asclepios fue una prueba enriquecedora para Anna Zimmermann, que la describe como una “maravillosa experiencia compartida”. Convertirse en astronauta sigue siendo para ella un sueño “absoluto”. ¿Solo un sueño? ¿No un objetivo? Anna no se hace ilusiones sobre su futuro. “Es una profesión increíble, con muchos aspectos apasionantes”, afirma. Por desgracia, se necesitan muy pocos astronautas. Quién sabe cuándo se realizará la próxima selección. Por eso prefiere hablar de un sueño.
Un objetivo más realista para ella sería trabajar como investigadora en astronáutica; por ejemplo, en el ámbito de la medicina espacial. No pierde de vista esta opción, pero no se aferra a ella: “Mi filosofía de vida es seguir siendo curiosa y estar abierta a todo lo que se me presenta”.
¿Y si le ofrecieran un puesto en la Antártida? “Sí, ese sería el puesto de investigación de mis sueños”, confiesa, y acto seguido explica cómo tendría que prepararse para ello. Queda claro lo serio que se lo ha tomado ya. Un gran problema, dice, es permanecer totalmente aislada durante meses. No es posible volver a casa, ni siquiera si un ser querido enferma o muere. “Es más difícil volver de la Antártida que de la Estación Espacial Internacional, por más que estés en tu propio planeta”, dice. Sin embargo, agrega: “Creo que sí aceptaría”.
Anna Zimmermann sueña con ser astronauta o trabajar en una estación de investigación en la Antártida. Siente fascinación por la vida en entornos extremos.
Los astronautas Michael Foale (izquierda) y Claude Nicollier sustituyen sensores en el telescopio espacial Hubble (1999). Nicollier se sujeta al brazo del transbordador.
Comentarios