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  • Reportaje

Campo: de pueblo floreciente a pueblo fantasma

26.07.2024 – STEPHANE HERZOG

Campo (TI) era antaño morada de riquísimos mercaderes que, desde 1670, comerciaban en Italia y Alemania. En los años 1960, las familias que quedaban se trasladaron a la llanura. Hoy, menos de una décima parte de las viviendas está habitada todo el año. Descubramos ese insólito pueblo.

¿Más alto, más apartado, más rápido, más bonito? En busca de los récords suizos más originales. Hoy: visitando el municipio suizo que más residencias secundarias tiene.

En el autobús postal que nos lleva de Cevio a Campo, un muchacho se entretiene con su teléfono inteligente. Baja en Niva, un pequeño pueblo del Val Rovana, situado en el fondo del Vallemaggia en el Tesino, al norte de Locarno. Este niño es el único del municipio de Campo en edad escolar. 

“Con mucho gusto pagaría yo un autobús escolar si tuviéramos veinte niños para llenarlo”, comenta el alcalde Mauro Gobbi. A continuación, hace recuento de los residentes permanentes de los cuatro pueblos que conforman el municipio. 

El alcalde Mauro Gobbi tiene la esperanza de que el pueblo renazca. Foto Stéphane Herzog

Hoy suman 35, cuando en los años 1950 todavía eran 250, y un millar a principios del siglo XX. Con un 90,3 %, Campo registra el mayor porcentaje de segundas residencias de Suiza. De las 312 viviendas censadas, solo unas treinta cuentan con residentes durante todo el año. Al igual que otros valles altos del Tesino, el Val Rovana perdió tres cuartas partes de su población entre 1860 y 1980.

El autobús se detiene en Campo, un pueblo encaramado a unos 1 300 metros de altitud. De la neblina emergen elevados palazzi decorados con frescos. Antaño moraban en estos edificios ricas familias, cuyos jefes, desde finales del siglo XVII, se ausentaban con frecuencia para comerciar en Italia y en Alemania y amasar fortunas. Gaspare Pedrazzini (1643-1724), por ejemplo, era un mercader que dirigía un almacén de géneros ultramarinos en Kassel. Además de sus dos capillas y una elegante vía crucis, Campo poseía jardines a la francesa. Los señores desfilaban montados a caballo. 

De pasada admiramos antiguos graneros transformados en casas de descanso. ¡No hay ni un alma! El ambiente es irreal. Ya hemos llegado a la posada “Fior di Campo”, un pequeño hotel de alta gama cuyos balcones dan al Val Rovana. “El panorama es excepcionalmente amplio para el Tesino”, comenta el propietario, Vincenzo Pedrazzini. A lo lejos, vemos pasar una manada de ciervos. Hace doce años, Pedrazzini adquirió el edificio y lo reformó. 

Vincenzo Pedrazzini confía en las inversiones para revivir el pueblo. Foto Stéphane Herzog

¿Su objetivo? Reactivar la economía de este rincón del Tesino, donde su familia tiene sus raíces. En Campo, al igual que en todo el Tesino, el apellido Pedrazzini es sinónimo de éxito y prosperidad. “Algunos me ven como todo un señor, pero ante todo soy un hijo de Campo”, afirma el propietario, que dirigió un bufete de abogados en Zúrich y asumió la vicepresidencia del Partido Liberal Radical. La mayoría de los palazzi de este pueblo están en manos de esta familia, cuyo apellido florece en el cementerio de Campo. ¿Cuál fue el secreto de su éxito? “Los esfuerzos de algunos de los habitantes por educar a sus hijos”, contesta Vincenzo Pedrazzini. Aquellos ricos comerciantes del Tesino que regresaron a su tierra durante las guerras napoleónicas, en su mayoría optaron por emigrar definitivamente. Se fueron a América y Australia, al igual que decenas de miles de tesineses, en su mayoría atenazados por la miseria.

Campo resucita en verano

De pequeño, Vincenzo Pedrazzini segaba el heno y ordeñaba las vacas con los demás lugareños. “Aunque nosotros éramos ricos, ellos no eran pobres”, declara este insigne personaje, que desde 2012 ha comprado, reformado y revendido cerca de una decena de casas y chalés. “En ellas no vivirá nadie durante el año; pero al menos atraerán gente al pueblo”, asevera ese exabogado. Cada verano, Campo revive con la llegada de decenas de familias del Tesino, que disfrutan de las noches frescas y de una tranquilidad poco frecuente. “Las señoras llegan con sus hijos a mediados de junio y se quedan hasta mediados de agosto, mientras que los hombres siguen yendo y viniendo entre sus lugares de trabajo y Campo”, cuenta Vincenzo. “No se trata de camas vacías”, sostiene, argumentando que la ley impulsada por el ecologista Franz Weber, que limita al 20 % el porcentaje de segundas residencias, no se ajusta a la diversidad del país. De hecho, pocos lugareños se acercan a tomar una copa en “Fior di Campo”. El hecho de que la sala esté reservada principalmente a los huéspedes del hotel habrá molestado a algunos.

Olga habla de la aldea que vio morir. Foto Stéphane Herzog

Ya no quedan ni escuelas ni vacas

A un tiro de piedra de esta posada se han instalado Marco y su esposa Olga. La conocen perfectamente, puesto que ella era la gerente y él, el cocinero. Olga nació en esta tierra. Marco colecciona antigüedades locales. En un almacén cercano nos muestra un mueble que data del año 1770; en la pared, detrás de un cristal cuelgan numerosas fotos de antiguos vecinos de Campo que, a principios del siglo XX, se marcharon a Estados Unidos.

Olga recuerda cómo era Campo a principios de los años 1960, cuando ella tenía unos 20 años. Entonces, el pueblo aún tenía su propia escuela, y las familias aún criaban vacas. Los campesinos murieron; sus hijos aprendieron algún oficio en Locarno, donde luego se casaron. “He visto morir a Campo: las puertas se cierran y no vuelven a abrirse, salvo en verano”, lamenta Olga. No ve futuro para el valle.

Por su parte, el alcalde Mauro Gobbi hace lo posible por revivir el pueblo. Lo primero que nos menciona es la frana, un corrimiento de tierras que amenazaba con engullir Campo. En los años 1980 y 1990 se realizaron obras titánicas para estabilizar el suelo.

“¡Vengan a vivir aquí!”

El ayuntamiento decidió bajar los impuestos locales y está renovando algunos edificios, por ejemplo, la escuela de Cimalmotto (en lo alto de Campo), donde se arriendan tres departamentos como residencias secundarias. Estas obras han atraído a jubilados, aunque no a familias. En Niva, donde vive Mauro Gobbi, la burguesía local confía en que se renovará la antigua escuela, que cerró sus puertas en 1967. Tiene cabida para dos departamentos, en los que se podría vivir “incluso en invierno”, opina el alcalde, que también critica la ley Weber: en su opinión, esta ley complica mucho las labores de renovación. Con la Covid se inauguró la era del trabajo a distancia: un abogado de Lugano, por ejemplo, trabaja en Cimalmotto parte del año. Mauro Gobbi, por su parte, acaba de hacer un llamamiento para que la gente venga a vivir aquí, en lo alto de la montaña. Siempre es posible convertir una residencia secundaria en vivienda permanente.

Verena Senn y su hijo Samuel. Foto Stéphane Herzog

Volviendo a la naturaleza

Vivir a proximidad de los lobos, en medio de un pai- saje digno del “Señor de los Anillos”, es la aventura que la familia Senn, con sus seis hijos, emprendió a finales de los años 1980. Estos hippies oriundos del cantón de Zúrich se establecieron en un te- rreno ubicado en Munt la Reita. En estos pastos abandonados, en los que había tres pequeños establos, se levanta ahora una granja biológica que produce, principalmente, queso y carne. Aquí se alojan senderistas, estudiantes y trabajadores voluntarios. Los visitantes pueden pernoctar en una yurta instalada en una colina, debajo de una carpa o en pequeñas cabañas de madera. En la noche, el murmullo del río Rovana ayuda a conciliar el sueño. Y durante el día, uno puede ir a recolectar hierbas aromáticas o subir
a los pastos alpinos de Magnello, a unos 1 800 metros de altitud. La reina de estas tierras se llama Verena. Antes trabajaba de bibliotecaria, pero aquí se ha convertido en una campesina. Markus, fallecido en 2022, era tipógrafo. Aquí lo ha construido todo con sus propias manos, con la ayuda de amigos y familiares. Estos pioneros convirtieron sus sueños en realidad: “Cultivar la tierra de forma ecológica y mostrar a nuestros hijos cómo es la vida real”, explica Verena Senn. En un principio, los vecinos se burlaban de ellos. Vivían en la casa parroquial de la iglesia de Campo. Samuel Senn, que se quedó en la montaña con sus hermanos Eli y Luca y su hermana Gabriela, se ríe: “Hacía mucho frío, ¡pero nosotros lo aguatamos todo!”.

(SH)

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