Tema Clave
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Hace siete años, el electorado suizo se decantó por el abandono progresivo de la energía nuclear. Ahora, el Consejo Federal pretende dar marcha atrás y volver a autorizar la construcción de centrales nucleares. Con ello da un giro de 180 grados a su política energética.
Hace siete años, el pueblo votó a favor de una Suiza libre de energía nuclear: las últimas centrales nucleares se desmantelarían antes de 2050 y las necesidades energéticas del país se cubrirían exclusivamente a través de fuentes renovables e importaciones. Pero mientras tanto, el Consejo Federal ha cambiado de opinión: a finales de agosto decidió volver a autorizar la puesta en marcha de nuevas centrales nucleares, lo que supone derogar la prohibición de su construcción. Todo ello ha venido a reavivar el debate energético en Suiza. La polémica entre los partidarios y detractores de las plantas nucleares, que se creía superada, se ha reactivado. El Ministro de Energía, Albert Rösti, habla de un “cambio de paradigma”: tanto la política como las empresas se habían preparado para prescindir de la energía nuclear; pero ahora se han cambiado las cartas.
La energía nuclear siempre ha sido motivo de polémica. En 2011, la catástrofe de Fukushima reforzó la oposición a su uso. En las ciudades europeas desfilaron cientos de miles de personas para protestar contra esta energía. En Suiza, la Ministra de Energía, Doris Leuthard, considerada partidaria de la energía nuclear, congeló los permisos de construcción de nuevos reactores tres días después del tsunami.
Ese mismo año, el Consejo Federal decretó el abandono progresivo de la energía nuclear. Las centrales existentes seguirían funcionando mientras la autoridad supervisora las declarara seguras, pero ya no serían remplazadas. Esta decisión no estaba exenta de contradicciones. De haberse adoptado otros criterios para evaluar la seguridad de los reactores después de Fukushima, las centrales suizas habrían tenido que cerrarse mucho antes (como lo hizo Alemania, por ejemplo). Suiza optó por un enfoque pragmático, debido en parte a la opinión pública que prevalecía en ese entonces. En los años posteriores a Fukushima, difícilmente se habría obtenido un apoyo mayoritario para construir nuevas centrales nucleares.
Mientras que en ese entonces le tocó a Doris Leuthard impulsar de la progresiva desnuclearización de Suiza, quien mueve los hilos en la actualidad es Albert Rösti. Rösti siempre ha sido partidario de la energía nuclear. Al asumir la cartera de Energía tras su elección al Consejo Federal, accedió al puesto de mando. Sin embargo, como hábil estratega empezó manteniendo un perfil bajo, defendiendo las energías renovables y advirtiendo contra la reapertura del debate sobre la construcción de centrales nucleares. “Esta discusión es estéril, por no decir contraproducente”, declaró al Neue Zürcher Zeitung en septiembre de 2023. Reabrir el debate sobre nuevas centrales nucleares haría fracasar los esfuerzos por desarrollar las energías renovables, afirmó Rösti.
Pero estas declaraciones ya pasaron a la historia, pues se produjeron antes del referendo sobre la Ley de Suministro Eléctrico revisada, que sentó las bases para una fuerte expansión de las energías renovables. Rösti quería evitar que un debate sobre la energía nuclear hiciera peligrar este proyecto. Su táctica funcionó, y el electorado aprobó mayoritariamente esta ley, a pesar de la oposición de su propio partido, la UDC.
Formalmente, la decisión del Consejo Federal es una contrapropuesta a la iniciativa popular “No al apagón”, que pretende levantar la prohibición de construir centrales nucleares. Los principales promotores de esta iniciativa son la UDC, el PLR y el Club Suizo de Energía. Es muy posible que la iniciativa sea retirada si el Parlamento apoya la contrapropuesta del Consejo Federal. Esto favorecería al lobby del sector nuclear, ya que la votación solo requeriría el respaldo de la mayoría del electorado, y no el de los cantones.
La izquierda acusa al consejero federal de la UDC de pasar por alto la voluntad popular, lo que resulta paradójico por parte de un representante de un partido que da prioridad absoluta a las decisiones del pueblo. Para Roger Nordmann, Consejero Nacional del PSS, la decisión del Gobierno contradice por completo la voluntad del pueblo en materia de política energética y climática, pues el electorado ha expresado en varias ocasiones su claro deseo de abandonar gradualmente la energía nuclear en favor de un suministro eléctrico seguro a partir de fuentes renovables.
Mientras que el riesgo de una catástrofe nuclear fue decisivo en la decisión de abandonar la energía nuclear, el debate se centra hoy en la seguridad del suministro. Con la descarbonización aumentará la demanda de electricidad, argumenta el campo pronuclear. Para alcanzar el objetivo de “cero neto” en 2050, el transporte y la calefacción deben electrificarse. Además, el crecimiento demográfico aumenta la demanda de electricidad. Al mismo tiempo, ha quedado atrás la época de la abundancia eléctrica, como la ha demostrado claramente la crisis energética desencadenada por la invasión rusa de Ucrania.
De repente, la posibilidad de que Suiza sufra escasez de electricidad durante el invierno se ha convertido en un escenario plausible. Las autoridades han elaborado planes de contingencia. En la conciencia pública se ha instalado el concepto de penuria. La entonces Ministra de Energía, Simonetta Sommaruga, instó a los suizos a cocinar con moderación y a ducharse juntos. Gracias a una combinación de circunstancias favorables, no fue necesario aplicar los planes de contingencia en el invierno 2022-2023.
Las centrales de gas, antes consideradas una fuente alternativa viable para suministrar la electricidad que falta, son incompatibles con el objetivo del cero neto. Solo están previstas como reserva para casos de emergencia; es decir, para paliar una escasez de electricidad de varias semanas, ya que sería muy arriesgado depender de las importaciones a gran escala. Los posibles proveedores de electricidad de Suiza se enfrentan a los mismos problemas para cubrir sus futuras necesidades de energía eléctrica.
De ahí que otros países se estén planteando lo mismo que Suiza y hayan aplazado o, incluso, abandonado sus programas de desnuclearización: entre ellos, Bélgica y varios países de Europa del Este. El Reino Unido y Eslovaquia están incluso ampliando su capacidad nuclear. El nuevo gobierno holandés quiere construir cuatro nuevas centrales. Y en Francia, la energía nuclear sigue siendo la columna vertebral del suministro eléctrico.
Cabe señalar que el debate no está exento de contradicciones. Es verdad que la construcción de nuevas centrales nucleares reduciría la dependencia de las centrales de carbón o gas, para cuyo funcionamiento se sigue importando, en parte, gas natural de Rusia. Pero también es cierto que parte del uranio necesario para las centrales nucleares procede de este mismo país. Según la Fundación Suiza de la Energía (SES), que no apoya la energía nuclear, el 45 % de la electricidad nuclear y el 15 % de toda la electricidad suiza provienen del uranio ruso, el 7,5 % del cual es suministrado por la empresa estatal rusa Rosatom.
Los países de la UE se esfuerzan por combatir esta dependencia, aunque esta se ha agravado recientemente, debido al fuerte aumento de las importaciones de uranio ruso tras el estallido de la guerra en Ucrania.
Además de la política climática y la situación geopolítica en Europa, otra circunstancia juega a favor de los partidarios de la energía nuclear: Suiza ha encontrado por fin un emplazamiento donde almacenar los residuos nucleares durante miles de años: Stadel, en el cantón de Zúrich. El depósito definitivo todavía no se ha concretado. Sin embargo, la región afectada lo tiene mucho más difícil que antes para oponerse al proyecto, ya que el municipio y el cantón prácticamente no tienen más vías legales para oponerse a la decisión de emplazamiento en su territorio. Antes de finales de este año, la Cooperativa Nacional para la Eliminación de Residuos Radiactivos (Nagra) solicitará la correspondiente licencia de obras al Gobierno Federal.
Sin embargo, recientemente ha surgido un contratiempo: en un nuevo informe, Nagra señala que el vertedero solo está diseñado para los residuos procedentes de las centrales existentes, y no de las nuevas. Para los detractores de la energía nuclear, esto demuestra lo absurdo del debate: se necesita un segundo depósito de residuos para las nuevas centrales nucleares, cuando ni siquiera se ha autorizado el primero. Los partidarios del proyecto replican que bastaría con ampliar el depósito en el mismo sitio.
La empresa Transmutex, con sede en Ginebra, está desarrollando un proyecto que podría respaldar a los partidarios de la energía nuclear: una central nuclear que funciona sin uranio y reduce considerablemente los residuos procedentes de los reactores. Este proceso, denominado “transmutación”, utilizaría torio como combustible, en lugar de uranio. Según los expertos, el volumen de residuos radiactivos de larga vida podría reducirse en un factor de cien; sin embargo, la transmutación genera más productos de fisión de vida corta, que también son altamente radiactivos y deben enterrarse durante al menos varios cientos de años. Así que Suiza necesitará de todos modos un vertedero profundo. No obstante, los reactores Transmutex reducirán considerablemente el periodo de almacenamiento de los desechos. De momento, este sistema solo existe sobre el papel. Los investigadores calculan que podría construirse a partir de 2035.
Conectar una nueva central nuclear a la red suiza llevaría mucho más tiempo. Por ahora, el Consejo Federal solo ha decidido iniciar el proceso de abandono paulatino de la energía nuclear. La contrapropuesta se someterá a consulta este año, y el Parlamento podría debatirla desde el verano de 2025. Aunque se retire la iniciativa, el electorado seguramente tendrá la última palabra. Es probable que la izquierda convoque un referendo contra el levantamiento de la prohibición de construir nuevas centrales nucleares.
Un “sí” en las urnas solo sentaría las bases legales para la construcción de nuevos reactores. Cualquier nuevo proyecto tendría que ajustarse al procedimiento general de autorización, obtención del permiso de obras y explotación. Cada uno de estos trámites podría llevar hasta cuatro años. Esto significa que podrían pasar entre diez y doce años antes de que pudiera empezar la construcción de la obra.
El mayor obstáculo para la vuelta a la energía nuclear es su financiación. Las grandes compañías eléctricas suizas subrayan que la construcción y explotación de una nueva central nuclear no sería rentable en las condiciones actuales. La experiencia de otros países demuestra que es casi imposible construir nuevos reactores sin financiación estatal.
En Suiza, los partidarios de la energía nuclear ya tienen un plan: echan el ojo a los fondos destinados a promover las energías renovables, argumentando que la población y la economía, que aportan más de mil millones de francos al año, tienen derecho a un suministro eléctrico seguro. Estos fondos se utilizan para impulsar las fuentes de energía respetuosas con el clima, como la hidráulica, la eólica y la solar. A esta categoría pertenece la energía nuclear, consideran los políticos de derechas, quienes concluyen que esta también debería subvencionarse... para disgusto de la izquierda, que luchó arduamente por estas subvenciones.
De la misma manera que el abandono progresivo de la energía nuclear ha sido un largo camino plagado de obstáculos, la construcción de nuevas centrales nucleares, si alguna vez llega a concretarse, no será precisamente un camino de rosas.
En Suiza, la oposición a la energía nuclear tiene una larga tradición. Comenzó a finales de los años cincuenta y culminó varios decenios después, cuando el electorado se decantó por la transición energética. Al principio, las protestas de los círculos pacifistas y eclesiásticos se centraban exclusivamente en el proyecto del Consejo Federal de dotar a Suiza de armas nucleares. Las marchas anuales de Semana Santa suscitaron nuevas formas de protesta. El año 1969 marcó un hito, con la puesta en marcha de la primera central nuclear de Suiza en Beznau (AG) y el grave accidente del reactor experimental de Lucens (VD). Los opositores empezaron entonces a luchar también contra el uso civil de la energía nuclear, aunque inicialmente solo de forma limitada: criticaban la refrigeración de las centrales con agua de río, que provoca un importante calentamiento de las aguas, así como las torres de refrigeración, por razones de protección del paisaje. La resistencia comenzó en la región de Basilea, donde se construiría la central nuclear de Kaiseraugst. Tras fracasar en su intento de impedir la construcción del reactor por la vía legal, los opositores decidieron ocupar la obra: 15 000 manifestantes se reunieron allí en 1975. La lucha en las calles condujo finalmente al abandono del proyecto. Fue también a mediados de los años setenta cuando se gestó la resistencia popular a las centrales nucleares. Posteriormente se presentaron al pueblo varias iniciativas antinucleares, pero fracasaron por poco en las urnas. Los opositores obtuvieron una importante victoria en 1990, tras el accidente del reactor de Chernóbil: el pueblo votó a favor de una moratoria de diez años para la construcción de nuevas plantas nucleares. Sin embargo, esto no desembocó en un consenso sobre el uso de la energía nuclear. No fue hasta 2017 cuando una mayoría del 58 % del electorado votó a favor del abandono progresivo de la energía nuclear y de la transición energética. (CF)
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