Por cierto, las estadísticas lo confirman: el riesgo de morir por Covid-19 aumenta con la edad; pero ahora se sabe que el virus no afecta sólo a los ancianos. En los hospitales suizos, casi la mitad de los enfermos graves por el virus tenían menos de sesenta años; pero a mediados de marzo estos datos no se conocían. Así, las autoridades instaron a los mayores a quedarse en casa, evitar los contactos y no hacer ellos mismos las compras. Con algunas excepciones, estas consignas se respetaron en todo el país.
Víctimas de aislamiento colectivo
Aunque se justificaban desde un punto de vista médico, estas medidas tuvieron consecuencias sociales: los 1,6 millones de personas mayores de 65 años en Suiza se sintieron víctimas de aislamiento colectivo. Se prohibieron las visitas en los asilos de ancianos, lo que causó mucho sufrimiento y no pudo evitar todas las muertes por Covid-19. En Suiza, la gran mayoría de los ancianos viven en su hogar. Muchos tuvieron que pasar su cumpleaños solos y de un día para otro cesaron los encuentros fuera de casa. Los jubilados no pudieron desempeñar sus tareas sociales: los abuelos no pudieron cuidar a sus nietos, mientras que en los servicios de transporte comunitario faltaban los chóferes y en las tiendas de Cáritas, los voluntarios.
En Suiza, numerosos jubilados realizan trabajo voluntario; continúan activos y con buena salud mucho tiempo después de jubilarse, en parte gracias a los buenos servicios de salud y unas condiciones de vida favorables. Su contribución social es importante, en un país que apuesta por la responsabilidad individual. Por ejemplo, los abuelos y abuelas que cuidan a los niños permiten a las familias y al gobierno ahorrar 8 000 millones de francos anuales. A cambio, los activos sustentan con sus impuestos las pensiones del Seguro de Vejez y Supervivencia (SVS) desde hace más de 70 años. El contrato intergeneracional, como se denomina a la solidaridad entre jóvenes y ancianos, posee en Suiza una larga tradición.
Chivos expiatorios
La crisis sometió a prueba este contrato, arrojando resultados ambiguos. Por una parte, hubo una gran disposición para ayudar: así, muchos jóvenes se ofrecieron espontáneamente a hacer las compras para sus vecinos de edad avanzada. Por otra, no faltaron algunos cínicos que dijeran que, con o sin coronavirus, los ancianos no tardarían en morir. Si bien éstos fueron minoría, el sector político y los medios de comunicación llegaron a preguntarse si era realmente necesario paralizar a todo un país con el afán de proteger a sus ancianos. Algunos llegaron incluso a proponer que los jubilados, con sus ingresos seguros, sufragaran parte de los ingentes costos del confinamiento, para evitar que toda la cuenta recayera en los más jóvenes.
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