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El edificio central del conjunto habitacional de Le Lignon alcanza una longitud de más de un kilómetro. Es el conjunto de viviendasen alquiler más grande de Suiza. Aunque este barrio de 6 500 habitantes no está exento de tensiones entre antiguos residentes,recién llegados y jóvenes adultos, en términos generales se caracteriza por una buena calidad de vida.
Corría el año 1974. Michèle Finger recuerda su llegada al conjunto habitacional de Le Lignon. Venía en automóvil, acompañada del hombre que más tarde sería su marido. Ante sus ojos se extendía el inmenso complejo residencial: un kilómetro de largo, 2 780 viviendas, 84 pasillos. “Era algo inimaginable, gigantesco. No podía imaginarme un edificio de semejantes dimensiones”, recuerda Michèle. Una vez en el interior, se tranquilizó. “Mi novio estaba instalado en un apartamento de cuatro habitaciones, bien diseñado y muy luminoso. Tenía una vista espectacular, no se veían otros edificios en frente. Sorprendentemente, no tenía la sensación de estar encerrada en medio de un conjunto habitacional”, relata Michèle, antigua contable originaria de Porrentruy. Entretanto, han pasado los años, los hijos se han marchado y ahora ella y su marido están a punto de mudarse a una casa que ofrece servicios de asistencia socio-médica, aunque se quedarán a corta distancia de Le Lignon.
Este proyecto, planeado inicialmente para dar alojamiento a hasta 10 000 personas, estuvo a cargo del promotor y arquitecto ginebrino Georges Addor (1920-1982), quien habría estado muy contento de escuchar a Michèle. “¿La felicidad de la gente? Esta es la principal preocupación para un arquitecto que construye un complejo de este tamaño”, afirmó en 1966 ante las cámaras de Radio Televisión Suiza. “Desde el momento en que uno asume que tendrá cuatro vecinos a su lado”, explicaba Addor, “tener quince pisos por encima o por debajo no cambia nada”. Addor, que procedía de la gran burguesía inmobiliaria del cantón, “era de izquierdas y conducía un Maserati”: así lo describe el arquitecto Jean-Paul Jaccaud. Su gabinete participó en la remodelación energética de 1 200 departamentos de Le Lignon, una labor que a fines de 2021 fue premiada por la revista de arquitectura Hochparterre y el Museo de Diseño de Zúrich. Las obras se extendieron a lo largo de diez años y costaron alrededor de 100 millones de francos.
Todo en la historia de Le Lignon se escribe con mayúsculas. En primer lugar, el proyecto se concretó en un tiempo récord, a cinco kilómetros del centro. Allí había espacio suficiente para llevar a cabo una urbanización debidamente planeada, en una zona delimitada por las autoridades cantonales. En una primera etapa, entre 1963 y 1967, se construyeron 1 846 viviendas. “Hoy no solo sería inconcebible construir tan rápido, sino incluso diseñar un proyecto de este tipo”, afirma Jean-Paul Jaccaud. Se trataba de una obra modernista y funcional. El cantón de Ginebra y el municipio de Vernier deseaban que allí convivieran distintas clases sociales. La gran sierpe de Le Lignon, cuyos pasillos descienden en pendiente suave hacia el Ródano, ofrece viviendas de diseño idéntico, tanto las de alquiler social como las de propiedad horizontal. Todas las viviendas dan a ambos lados del edificio. Los precios dependen del tamaño y del piso. Por ejemplo, Jean-Paul Jaccaud menciona un apartamento de seis habitaciones que se alquila en 2 800 francos mensuales.
Para entrar al barrio hay que pasar por debajo de un gran arco. En el interior de la gigantesca sierpe reina el silencio: aquí no hay tráfico. Los estacionamientos están ocultos bajo grandes extensiones de césped. El espacio público, diseñado por el arquitecto y paisajista Walter Brugger, está salpicado de fuentes y plazas. Las plantas bajas son transparentes. Una bonita escalera de piedra blanca, en pendiente suave, conduce hasta el Ródano, “como si de un callejón medieval se tratara”, compara Jean-Paul Jaccaud. Georges Addor construyó en forma vertical y lineal para aprovechar los 280 000 metros cuadrados de terreno disponibles para el conjunto del proyecto, con igual superficie de suelo habitable. El edificio principal no solo es largo, sino también muy alto: algunas partes alcanzan los 50 metros. Hasta los años noventa, la torre más alta de Le Lignon, que tiene dos, era la de mayor altura de toda Suiza. “Son raros los edificios de este tipo que han envejecido tan bien”, comenta Jean-Paul Jaccaud.
En el décimo piso de la más pequeña de las dos torres, que albergan los apartamentos de mayor standing, visitamos uno que acaba de ser remodelado. Las obras han permitido mejorar la eficiencia energética en un 40%. El diseño inicial no era malo, señala el arquitecto ginebrino. De hecho, por tratarse de un edificio tan largo se reduce el número de paredes que hay que aislar. En esta mañana de enero, la luz del sol entra de lleno en las habitaciones. La vista es espectacular: se divisa un brazo del Ródano y, más allá, el Jura. Y, lo que es probablemente otro acierto de Addor, las dos torres se elevaron en el punto más bajo del conjunto, “para evitar que sean demasiado dominantes”, explica Jean-Paul Jaccaud.
“Desde el momento en que uno asume que tendrá cuatro vecinos a su lado, tener quince pisos por encima o por debajo no cambia nada.”
Promotor y arquitecto ginebrino
Todos los habitantes de Le Lignon coinciden en que este conjunto es una ciudad en medio del campo. Además, su concepción les permite vivir de forma autónoma. En el corazón de Le Lignon se ubica un centro comercial que ocupa toda una planta. Aquí se encuentra todo lo necesario: un salón de té, un restaurante, una taberna, una zapatería, una peluquería, una oficina de correos, una carnicería y un centro médico. Pero también hay una parroquia protestante, una iglesia católica, un polideportivo, una ludoteca, un local para adolescentes y dos centros escolares.
Cada sábado, el ex pastor Michel Monod, que vive aquí desde 1973, se instala entre los supermercados Migros y Coop para saludar a la gente. “Técnicamente hablando, es un complejo perfecto”, afirma, al tiempo que lamenta la falta de vínculos entre los habitantes de este conjunto habitacional donde conviven más de 100 nacionalidades. “Aquí reina del individualismo de masas”, deplora Monod.
Michel Monod es codirector del Contrato de Barrio de Le Lignon, cuyo objetivo es ayudar a la gente a concretar proyectos comunitarios. Día tras día dirige sus pasos hacia un toldo, debajo del auditorio de Le Lignon. Aquí, a salvo de miradas indiscretas, los jóvenes adultos del barrio se reúnen y a veces se calientan al fuego de un brasero artesanal. Michèle Finger conoce el sitio. Este grupo de jóvenes que fuman y beben cerveza escuchando rap, suscita en ella un sentimiento de inseguridad, en este conjunto habitacional con el que se identifica menos que antes. Es verdad que el alquiler del matrimonio Finger es irrisorio, pues se eleva a tan solo 1 200 francos por cinco habitaciones, con gastos y garaje incluidos. Pero esta residente, que es miembro de varias asociaciones del barrio, se queja de los residuos que se amontonan en los puntos de recogida, de los escupitajos en el ascensor y del hecho de que los jóvenes ocupen todo el espacio en la parte inferior de los pasillos. “No conozco a los nuevos inquilinos que viven en mi edificio. La gente ya ni siquiera se molesta en recoger del suelo el periódico del barrio”, afirma Michèle, denunciando la falta de interés de esos “nuevos forasteros” recién llegados a Le Lignon.
A Miguel Sánchez, de 39 años, trabajador social en Le Lignon desde 2012, este descontento le es familiar y lo comprende: “Con sus alquileres baratos, Le Lignon ofrece una solución a los migrantes y sus familias. Esta diversidad étnica y social, en un contexto económico más tenso, hace que sea tal vez más difícil que en el pasado establecer vínculos personales”, opina Miguel. “Pero Le Lignon no es una ciudad dormitorio, como las hay en Francia. Cuenta con buenos equipos y buenos servicios de mantenimiento. Además, los jóvenes se sienten orgullosos de vivir aquí. Jamás hemos tenido graves problemas de seguridad o de criminalidad. Lo que hay aquí, es más bien una falta de civismo”, concluye el trabajador social.
Por su parte, Michel Monod atribuye a esos jóvenes que se reúnen alrededor del brasero cualidades de las que carecerían los demás residentes de Le Lignon: “Son extremadamente leales a sus amigos. Hay gente que me dice: ¡Enciérrenlos! Yo les suelo contestar: Son vuestros hijos.” Cuando Michel Monod llegó a Le Lignon, a él también le pareció un barrio de dimensiones desproporcionadas. “Me dije: no es posible vivir como en un hormiguero, así que me di a la tarea de congregar a la gente.” Pero él también quiere a Le Lignon.
Comentarios
Comentarios :
I used to live there for five years. I have great memories from my time there. My daughter enjoyed being able to go out and walk to Jardin Robinson, school, or to her friend's apartments without ever encountering vehicle traffic.
Excellent article, merci!
Cela me fait plaisir de voir que le Lignon porte bien ses 60 ans. J'y suis arrivée avec mes parents en septembre 1966 alors que seuls quelques éléments des barres étaient construits. Nous l'avons vu d'ailleurs se construire petit à petit. Nous habitions au n° 56 (les n° 54, 55, 56, 57 et 58 étaient les seuls dehors de terre). Le centre commercial n'existait pas à ce moment Ce fut une expérience intéressante.
Warum ist "Le Lignon" eigentlich ein Einzelfall geblieben, wo es doch sicherlich als Pilotprojekt gedacht war?
Ich finde es grossartig: ein solcher Wohnkomplex und erst noch in einer internationaler Grossstadt wie Genf. Keine Spekulation mit den Mietpreisen und auch keine Auswahl von Mietern. Dies ist im wahrsten Sinn der Schüssel für eine bessere Welt.
Hat mich sehr beeindruckt, vor allem weil bei den Interviews dieses harmonische Zusammenleben auffallend positiv war. Zu Ihrem Kommentar meine ich nur, dass für eine bessere Welt dieser Anstand und die Rücksicht unter den Menschen absolut notwendig sind. In dem Sinne hat es mich eher traurig gestimmt, weil es eben im allgemeinen auf der Welt, egal wo man lebt, nicht mehr so ist - leider...