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Blaise Hofmann, el escritor que llama la atención sobre la triste situación de los campesinos

26.07.2024 – Stéphane Herzog

En su obra “Faire paysan”, el escritor y viticultor Blaise Hofmann, del cantón de Vaud, describe el sufrimiento de quienes trabajan la tierra y aboga por una agricultura de dimensiones humanas.

En la entrada de la aldea donde se encuentra la granja de la familia Hofmann, el letrero de Villars-sous-Yens (Vaud) sigue boca abajo, un recordatorio de las manifestaciones de febrero que los campesinos de la Suiza francófona, en solidaridad con los agricultores franceses, organizaron para exigir mayor reconocimiento. “El mundo anda de cabeza”, comenta el escritor y viticultor Blaise Hofmann, autor de Faire paysan [“Hacerse campesino”], un ensayo publicado en 2023 que aborda las condiciones de vida de quienes trabajan la tierra. En los últimos diez años han desaparecido 1 500 granjas anualmente, es decir, cuatro cada día. “Un trozo entero de este mundo se está derrumbando, con todo y sus gestos, olores, ruidos, sabores, conocimientos, habilidades, actitudes, y nos comportamos como si nada hubiera cambiado”, escribe Blaise Hofmann, hijo y nieto de agricultores. Su bisabuelo se suicidó, al igual que muchos otros campesinos en estos últimos años.

La granja de la familia Hofmann, en Villars-sous-Yens (VD), en lo alto de Morges. Aquí se estableció el abuelo de Blaise Hofmann, en 1937. Foto Stéphane Herzog

Entramos en la granja familiar, situada en lo alto de Morges, para saludar a los padres de Blaise Hofmann. Walti y Anne-Lise nos reciben con una gran sonrisa. En su cocina cuelga de la pared un famoso grabado en color: “La labranza en el Jorat”, de Eugène Burnand. “En él aparece un miembro de mi familia”, explica Blaise Hofmann, hombre de letras y gran viajero, nacido en 1978, que ha ejercido varias profesiones a lo largo de su vida: periodista, pastor, asistente de enfermería y docente. La granja que se ve en el grabado sigue existiendo como tal, aclara Blaise; allí, Patrick, un primo suyo, cultiva unas cuarenta hectáreas. 

Sin embargo, en este cuadro falta un elemento importante: las vacas, junto con su inevitable estiércol. “Antaño, en el campo se valoraba la dote en función de la cantidad de estiércol amontonada delante de la granja de los padres”, escribe Blaise Hofmann, quien subraya que Suiza siempre ha tenido más vacas por habitante que cualquier otro país. El primo Patrick se hastió de ganar tan solo de cuatro a seis francos a la hora por su leche, por lo que decidió separarse del patrimonio de su abuelo.

Un oficio arraigado en el pasado

El oficio de agricultor suele ser parte de una larga tradición familiar. Tal fue el caso del abuelo de Blaise, el cual llegó a Villars-sous-Yens en 1937, procedente de Belpberg (Berna), donde “ya no quedaba ni una granja libre”. Entonces, solo había dos tractores en Villars, entre ellos el suyo. “Ayudó en las labores del campo, en una época en que muchos granjeros habían sido llamados a filas. Eso lo ayudó a integrarse en el pueblo”, cuenta Walti ante una copa de chasselas del viñedo de su hijo. 

Faire paysan permite al lector urbano entrar en la mente de un campesino suizo y le da ganas de ir al encuentro de esos hombres y mujeres a quienes debemos el sustento. El ensayo evoca sus difíciles condiciones de vida y trabajo, el sentimiento de abandono que experimentan algunos de ellos, que en ocasiones llega hasta el suicidio. 

Blaise Hofmann inspecciona sus viñas. Foto Stéphane Herzog

El libro habla de la rabia de ciertos agricultores ante la interminable sucesión de iniciativas “ecologistas” y la falta de diálogo entre los involucrados. Describe un mundo en el que muchos campesinos se sienten privados de su libertad, impotentes ante las todopoderosas corporaciones que los oprimen: las cooperativas, que favorecen a las grandes explotaciones; la industria agroalimentaria, que abusa de su posición dominante; o la Confederación, que los obliga a dejar parte de sus tierras en barbecho. “La Unión Suiza de Campesinos defiende un sistema enfermizo”, considera Blaise Hofmann, quien opina que en Suiza ha llegado el momento de movilizarse para preservar una “agricultura de dimensiones humanas”. Deberíamos oponernos a estos malos vientos que nos conducen hacia una “integración vertical” de los agricultores. 

Blaise alude a la Federación Nacional de las Cooperativas, que controla “la mitad del mercado nacional de cereales (…), las semillas UFA [la semilla líder del mercado suizo, N.d.l.r.], los fertilizantes Landor, los almacenes Landi, los supermercados Volg, los refrescos Ramseier, las gasolineras Agrola y una decena de empresas más”. Estas grandes corporaciones imponen sus precios, pero también las reglas de producción, lamenta Blaise, que por una vez se está alejando de su tema predilecto: los viajes, que constituyen el tema de un libro que publicó en 2004: Billet aller simple [“Billete de ida sencillo”], relato de un periplo de dieciséis meses entre Europa, Asia y África.

“Las vacas no se apagan el domingo”

Blaise, quien es padre de dos hijas, también evoca los momentos felices en la vida de los campesinos, su íntimo conocimiento de la tierra y de sus ciclos vitales. “Las vacas no se apagan el domingo. Viven sin descanso, al igual que las plantas, los insectos, las aves, los campesinos y las campesinas”, resume el escritor. 

Blaise Hofmann, escritor, trotamundos y viticultor. Este hombre de letras ha trabajado como periodista, pastor, asistente de enfermería y docente. Foto Stéphane Herzog

Para quienes viven en la ciudad, la lectura de Faire paysan despierta la nostalgia de la vida campestre. “Incluso detrás del parabrisas de su tractor, el campesino sigue siendo uno de los últimos seres humanos capaces de leer el paisaje”, escribe Hofmann. Las asociaciones de agricultores, tanto de derechas como de izquierdas, así como los grupos ecologistas, acuden constantemente a él. En junio, lo invitaron a una mesa redonda con el Director de Migros Vaud. Funge como mediador. Califica el duopolio naranja (Migros y Coop) de “sepultureros de la agricultura suiza”, aunque tampoco niega el catastrófico balance ecológico de la agricultura en las últimas seis décadas.

¿Qué puede hacerse? En primer lugar, deberían actuar los políticos. Podrían gravar más los productos agrícolas importados, especialmente los de Marruecos y España, cuyos costes ecológicos y humanos son desastrosos. Enseguida, hace falta un sistema que fije un tope a las ganancias de los grandes distribuidores, que obtienen márgenes de hasta el 57 % con los productos lácteos. 

Blaise Hofmann también recalca que para resolver la crisis de la agricultura moderna no es suficiente impulsar el desarrollo de microgranjas. Al final, el consumidor también influye en el rumbo que toma la agricultura: “Al comprar manzanas (…) perfectas, soy yo quien desvaloriza, de manera indirecta, tres cuartas partes de la cosecha del agricultor”, concluye el escritor. A pesar de todo, Blaise Hofmann no deja de soñar con un mundo en el que los niños y niñas sigan diciendo: “¡Papá, quiero ser campesino! ¡Mamá, quiero ser campesina!”.

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