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En algunas localidades de los Prealpes suizos, los chalés se cubren con tejuelas de madera. Estos tejados son obra de unos pocos artesanos que mantienen viva esta tradición. Uno de ellos es Tristan Ropraz, del cantón occidental de Friburgo.
De lejos, los tejados de los chalés parecen ondular suavemente, como los pastos que los rodean. De cerca, se puede ver que esta textura tan llamativa se debe a que las tejas de estos chalés son de madera, cuidadosamente alineadas y cubriéndose delicadamente unas a otras. En Suiza, estas tejuelas, que reciben el nombre local de “tavillons”, son típicas de los Prealpes de Friburgo y Vaud, aunque también llegan a encontrarse en otros lugares.
La elaboración de tejuelas es un antiguo oficio suizo que se ha mantenido vivo, aunque hoy en día muy pocos dominan esta técnica artesanal. En la Suiza francófona, solo una docena de artesanos se dedican a esta actividad. En su mayoría eran carpinteros o ebanistas, hasta que les entrara el gusanillo de ese tradicional oficio. En ocasiones reciben los conocimientos y la experiencia de otros, como le ocurrió a Tristan Ropraz, carpintero de formación que fue iniciado en el arte del tavillon hace seis años.
En un fresco día de septiembre nos reunimos con Tristan Ropraz en su taller en Sorens (FR). Desde su ventana se divisa el Moléson, una de las montañas emblemáticas de la región de Friburgo. Ropraz, de 26 años, examina su próxima tarea. Tiene delante una pila de madera. Con el mazo y la cuña parte los mujyà (troncos) en tejuelas de seis milímetros de grosor. A continuación, vuelve a colocar las tejuelas en el orden en el que las partió, y empieza de nuevo. Una y otra vez, todo el día. Y toda la semana, desde mediados de noviembre hasta mediados de abril. Es el ciclo de la fabricación. “En invierno, tu cuerpo y tu alma se recuperan, ya no tienes que pensar en nada”, afirma este amante de la tradición: “Se parten los mujyà, las tejuelas se agrupan y se apilan en el exterior”. No ve nada aburrido ni tedioso en este trabajo. Aunque los movimientos son siempre los mismos, cada tejuela es diferente. “Como dice mi maestro, hay que tener ojos en los dedos”.
La dificultad consiste en partir la madera en el sentido de las fibras, para no dañarla. De este modo, la madera, y por ende el futuro tejado, no dejarán que pase el agua. Cada golpe de mazo debe ser certero. Estos artesanos viven al ritmo de las estaciones. “Somos como las marmotas: en cuanto hace frío, nos guarecemos en nuestro refugio, y en cuanto hace calor, volvemos a salir”, bromea el joven de tez curtida. En invierno, Tristan Ropraz se dedica a elaborar tejuelas; en primavera y otoño trabaja en las obras de las tierras bajas, y en verano en las de la montaña. “En los meses cálidos clavamos sin parar”: para armar estos techos se necesitan entre 150 y 200 kilos de clavos al año, a razón de unos mil clavos por cada tres metros cuadrados de tejado. “Mejor no calcular tanto, si no te vuelves loco”, advierte Tristan Ropraz.
Para estos artesanos, el año comienza en otoño. Es entonces cuando seleccionan los árboles adecuados para elaborar tejuelas. En el cantón de Friburgo eligen exclusivamente la picea (abeto rojo): el “árbol de tejuela”, como lo denominan. “Ese es el momento más bello, el comienzo de todo el trabajo”, explica Tristan Ropraz, entusiasmado.
La búsqueda de árboles apropiados comienza a los 1 000 metros de altitud. “A mayor altura, los árboles disponen de menos nutrientes y crecen más despacio, lo que da como resultado una tejuela más seca y duradera”. Los tavillonneurs orientan su búsqueda hacia el fondo de las cañadas sombrías y resguardadas del viento, donde los árboles crecen “rectos hacia el cielo”. Tan solo una picea entre mil es apta para nuestro propósito, afirma Tristan Ropraz. Para el año 2024 necesitará entre 25 y 30 árboles. “Siento gran respeto por estos árboles; llevan aquí mucho más tiempo que nosotros y a menudo permanecerán en los tejados mucho después que nosotros”, continúa. Y agrega: “Es un honor trabajar con madera que tiene 150 años; te hace sentir humilde y hace que la iglesia vuelva a estar en el centro del pueblo”. Los árboles se talan a mediados de noviembre, en el último cuarto de la luna menguante, cuando la savia se ha retirado, para que la madera no atraiga a las plagas.
“Un tejado aguanta entre 35 y 40 años. Esto es más o menos lo que dura la vida profesional de un tavillonneur. Así que es raro que un artesano aún siga trabajando cuando llega el momento de renovar alguna de sus obras.”
En esta mañana de septiembre, Tristan Ropraz se ha adelantado al calendario. Mientras parte los mujyà que emanan un fragante olor a resina, señala un bosque en las faldas del Moléson. “Esta madera proviene de allá arriba”, comenta. “Talaron toda una franja del bosque para crear una nueva pista de esquí, en un sitio donde había buena madera para hacer tejuelas. A mi maestro y a mí se nos revuelven las tripas cada vez que vemos eso, así que fuimos allá y pudimos rescatar seis troncos”. Como la talaron a destiempo, la madera está repleta de savia. “La pondremos a secar lo antes posible”.
“El momento en que vuelvo a ‘plantar’ mis tejuelas siempre es emocionante”, explica el joven. También es emocionante colocar la última tejuela en la cumbrera de un chalé: “Entonces me siento, miro al horizonte y pienso en todas estas tejuelas que hice una por una, y que clavé una por una”.
Pero sería un error limitarse al lado romántico del oficio. “Muchos solo ven los chalés, la calma, la naturaleza, sin darse cuenta de todo el trabajo que hay detrás. Los fardos de tejuelas no llegan al tejado por sí solos; es un trabajo rudo”, dice Ropraz, quien fuera campeón de lucha suiza tradicional. Sobre todo, porque no es fácil ganarse la vida en este oficio. El precio por metro cuadrado ronda los 175 francos, incluyendo la madera, la elaboración, el transporte y la colocación. La vida media de un tejado de tejuelas es de 35 a 40 años. El joven tavillonneur, del que sus amigos se burlaban diciendo que era un “trabajo de viejos”, está convencido de que hoy se encuentra ante un trabajo con mucho futuro: “En la actualidad sólo se habla de ecología y proximidad. La madera es un material ecológico, y la que utilizamos procede de los bosques de Gruyère. Más ecológico no puede ser”.
*Martine Brocard es redactora de la revista “Die Alpen” del Club Alpino suizo, donde se publicó una primera versión de este reportaje.
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Comentarios :
Merci pour ce bel article. J'admire toutes ces personnes qui s'efforcent de prolonger de si belles traditions. J'adorais les chalets mais par cette connaissance du travail et respect du bois, c'est avec une envie plus grande que j'aimerais y vivre avec une construction aussi artistique et chaleureuse.