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Un marchante alemán ha legado al Museo de Arte de Berna una gran colección de arte. Pero el regalo no sólo causa alegría. La colección de Gurlitt viene acompañada de la pregunta de cómo deben actuar los museos suizos cuando se trata de patrimonio artístico robado.
El regalo fue una sorpresa total para el Museo de Arte de Berna: Cornelius Gurlitt, el marchante alemán fallecido el pasado mayo, legó toda su colección a Berna, sin haber estado jamás en contacto con este museo. En su colección hay, entre otras cosas, obras de Pablo Picasso, Marc Chagall y Max Beckmann. Aún no está claro si el Museo de Berna aceptará el legado, ya que tiene seis meses para decidirse. El valiosísimo regalo entraña ciertos problemas: el padre de Gurlitt, Hildebrand, fue un acreditado marchante del Tercer Reich. Se sospecha que varios cientos de las cerca de 1500 obras fueron robadas, es decir que pueden ser cuadros que los nazis arrebataron a particulares judíos. Además de obras de arte robadas, en la colección de Gurlitt también hay obras retiradas de museos estatales por los nazis, que las consideraban “arte degenerado”, vendidas en parte para comprar divisas.
Las autoridades alemanas encontraron la colección de Cornelius Gurlitt durante un registro domiciliario en 2011 en su residencia de Múnich cuando Gurlitt era ya un anciano. Un año antes, a los funcionarios alemanes de aduanas les llamó la atención Gurlitt, durante un control en un tren que circulaba entre Zúrich y Múnich, porque éste llevaba 9000 euros en efectivo. En 2013 se hizo pública la noticia del espectacular hallazgo; casi al mismo tiempo se fundó el grupo de trabajo “Hallazgo artístico de Schwabing”, para aclarar el origen de esas obras de arte. Medio año después murió Gurlitt.
No está claro por qué Gurlitt legó su colección justamente al Museo de Arte de Berna. Pero lo que está claro es que el Museo de Arte se enfrenta a un gran reto y muchas preguntas sin responder. Si acepta la colección, no será ya el grupo de trabajo “Hallazgo artístico de Schwabing” el responsable de la investigación sobre su procedencia, es decir de las aclaraciones sobre su origen, sino el Museo de Berna, que debería comprobar el origen de todas las obras. Una vez dilucidado el origen es cuando empezarán los problemas de verdad: ¿Quién reclamará y tendrá derecho sobre los objetos? ¿En qué condiciones deben ser devueltos?
¿Puede aceptar el museo este legado en estas circunstancias? “Sí, puede”, dice Esther Tisa Francini, que trabaja desde 2008 como investigadora de procedencia en el Museo zuriqués Rietberg, donde se colecciona arte de Asia, África, América y Oceanía. Es uno de los pocos museos suizos que ha creado un puesto propio para investigar la historia de los objetos del museo. Y para encontrar detalles sobre la biografía de un objeto Tisa Francini se documenta en archivos y bibliotecas, analiza ella misma el objeto y mantiene intercambios muy intensivos con colegas especialistas del mundo entero.
“El gran desafío consiste en saber cómo tratar correctamente dichos objetos de colecciones. Hay que enfrentarse en profundidad a todo tipo de cuestiones políticas, morales, legales e históricas”, dice Tisa Francini. Y opina que es imprescindible inspeccionar sistemáticamente los inventarios y buscar soluciones justas y satisfactorias cuando se trata de propiedad arrebatada ilegítimamente. Esto también consta en el Convenio de Washington de 1998, por el cual 44 Estados – entre ellos Suiza – se comprometen a identificar obras de arte robadas y realizar activamente investigaciones para averiguar su origen.
En el caso de Berna es con toda seguridad deseable que reine una especial transparencia y una excelente comunicación, dice Tisa Francini: “Pero en conjunto, ésta es una oportunidad para que Suiza reflexione indirectamente y en profundidad – o sea a través de las diversas procedencias de las obras de Gurlitt – sobre la historia del comercio con obras de arte a nivel internacional”.
La investigación sobre la procedencia es aún muy incipiente en Suiza. Durante mucho tiempo, ni a los museos ni a la opinión pública les interesaba saber cómo llegaban los objetos a los museos y otras instituciones. Un primer hito de la revisión histórica en este sentido fue el informe Bergier, publicado en 2001 “Raubgut. Der Transfer von Kulturgütern in und über die Schweiz 1933–1945 und die Frage der Restitution” (Objetos robados. La transferencia de bienes culturales hacia Suiza y a través de ella 1933-1945 y la cuestión de la restitución). Esther Tisa Francini fue una de las autoras de este estudio. “La comisión Bergier revisó una serie de asuntos, pero no se trataba en absoluto de investigación de procedencia en el sentido de comprobar sistemáticamente las existencias de museos”, dice. “Se trataba de una investigación básica”.
En el caso de Gurlitt hay preguntas sin respuesta: ¿Quién asumirá, en caso de que el Museo de Berna acepte el legado, los gastos de la imperiosa revisión histórica del origen de las obras? El Museo de Arte de Berna no dispone de los medios financieros necesarios y tanto la ciudad como el cantón de Berna y la Confederación ya han explicado que no asumirían el financiamiento. Además cabe plantearse la pregunta de si Suiza, que al margen de la Segunda Guerra Mundial se benefició de negocios con la Alemania nazi, tiene derecho asimismo a beneficiarse de una colección de arte de dudoso origen. ¿No pertenece en realidad a Alemania?
Suiza ha hecho una revisión histórica parcial de su papel como centro de comercio de obras de arte y plataforma de bienes culturales en la época del nacionalsocialismo. Pero apenas se ha reflexionado sobre otro capítulo del robo de patrimonios culturales: el papel de Suiza en la época colonial. Millones de objetos se trajeron de las colonias a Europa, muchos también a Suiza. Como en el caso de las obras de arte robadas, procedentes de la Alemania nazi, también estos objetos van acompañados de historias sobre robo, violencia y represión por cuenta de un Estado, una sociedad o un individuo. Pero estas historias se desconocen casi por completo, porque en los museos etnológicos de Suiza muchas veces no se ofrece información más amplia al respecto.
También Tisa Francini, del Museo Rietberg, dice que hasta ahora su investigación se ha centrado sobre todo en el camino que recorren las obras de arte en Europa y que ella sólo se ocupó esporádicamente de los países de origen. No obstante, sería un requisito imprescindible realizar una revisión de este tipo, por ejemplo para aclarar quién tiene derecho a poseer un objeto de museo de origen controvertido.
A esta cuestión se enfrenta también actualmente el Museo de Historia de Berna. Aquí es una pequeña estatua antigua con un significado religioso la que genera acaloradas discusiones. El ekeko fue adquirido en 1858 por Johann Jakob von Tschudi, cuando éste logró convencer en Bolivia a sus propietarios (indígenas) tras un gran consumo de alcohol, de que vendieran la estatua. Ahora, el Gobierno boliviano exige que se devuelva el Ekeko – y el Museo de Historia tiene que investigar sobre su origen. ¿Realmente se robó el Ekeko? Y en caso afirmativo, ¿a quién se debe devolver la estatua, a ese grupo étnico que la veneraba o al Estado como sucesor jurídico?
Anna Schmid, Directora del Museo de las Culturas de Basilea, conoce asimismo estas cuestiones y dice que le parecería extremadamente satisfactorio que el Museo pudiera permitirse realizar una investigación de procedencia: “Sabemos de dónde vienen casi todos los objetos y por lo general quién los ha traído. Y siempre que es posible lo indicamos en las exposiciones. Pero lo que a menudo no sabemos es el camino exacto que han recorrido estos objetos hasta llegar aquí”.
En el sentido más estricto de la palabra, en el Museo de las Culturas de Basilea no hay obras de arte ni objetos robados. “Suiza nunca fue una potencia colonial”, dice Schmid. “Los investigadores suizos cuyas colecciones pueden verse en nuestros museos, viajaron por los países conquistados y empezaron a coleccionar allí bienes culturales tras la colonización de los mismos”.
El historiador colonial y científico Bernhard C. Schär, que investiga en el Politécnico de Zúrich (ETH) en la cátedra de Historia del Mundo Moderno, contradice la versión de Schmid: “Suiza tiene claramente un pasado colonial, y justamente los que viajaban para investigar participaban activamente en dicho pasado”. Los primos basilienses Paul y Fritz Sarasin, por ejemplo, que en torno a 1900 emprendieron numerosos viajes de exploración en la zona del Pacífico y se convirtieron en figuras fundadoras del Museo de las Culturas de Basilea, exploraron la isla indonesia de Sulawesi, antes de ser ésta conquistada por los holandeses. Sus exploraciones fueron apoyadas por los Países Bajos. Pocos años después, el ejército colonial holandés se benefició de los conocimientos acumulados por los Sarasin en sus viajes, cuando el ejército tomó militarmente la isla.Por eso Schär, cuya tesis doctoral “El amor por los países tropicales”, sobre Paul y Fritz Sarasin, se publicará el año que viene, piensa que “los museos etnológicos y de historia natural tienen una misión cultural y ésta incluye la necesidad de una revisión histórica también sobre los capítulos sombríos de la historia de los diversos países. Gran parte de sus colecciones proceden de la época colonial y la violencia colonial es una parte considerable de su historia. Como en el extranjero, también en Suiza aumenta el interés científico y social por saber más de esta herencia colonial”.
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