Editorial
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La guerra no termina cuando callan las armas. El dolor y la conmoción continúan proyectando su sombra a lo largo de varias generaciones. Esto es lo que hoy está experimentando la Suiza neutral, al perfilarse en la opinión pública una imagen más concreta de las víctimas suizas del holocausto.
A cientos de ellos el pasaporte suizo no les sirvió de nada: fueron internados en Dachau, Auschwitz y otros lugares de horror. Algunos sobrevivieron, muchos no. Si bien esto ya forma parte de la historia, no se trata del pasado, porque hasta la fecha estas víctimas han sido olvidadas por la historiografía oficial suiza, consideradas tan sólo como embarazosos “casos de indemnización”.
Un nuevo libro, particularmente notable (ver página 6 de la presente edición), se pregunta por qué estos suizos cayeron en manos de los nazis. Sin duda alguna, esto se debió ante todo a que el horror nazi no conocía fronteras. Pero también tuvo que ver la actitud de Suiza y de su diplomacia, y este aspecto no deja de suscitar cierto malestar. Porque si bien es verdad que hubo diplomáticos suizos que intervinieron con gran valentía y sentido humanitario a favor de sus compatriotas, también hubo casos en los que las víctimas fueron totalmente abandonadas a su suerte. Así, en los últimos años de la guerra la actitud de los diplomáticos suizos en Berlín fue excesivamente timorata y servil: por miedo a molestar al Reich, no intervinieron a favor de todos los suizos internados en los campos de concentración, sino tan sólo a favor de algunos.
Esta discriminación entre suizos dignos y no dignos de protección constituye uno de los aspectos más sombríos de la guerra, que Suiza debe encarar ahora. No dignos de protección y, por tanto, suizos de segunda clase, fueron en algunos casos los judíos, “gitanos”, homosexuales, “antisociales”, socialistas, e incluso quienes tenían doble nacionalidad. Durante y después de la guerra todos ellos fueron acusados tácitamente de haber sido en gran medida responsables de su propia desgracia, lo que a fin de cuentas equivalía a retomar los criterios nazis para juzgarlos.
Afrontar la historia significa atreverse a plantear la pregunta clave: ¿qué tan diferentes somos hoy de lo que éramos ayer? En otras palabras: ¿sufren en la actualidad los judíos suizos menos hostigamiento que en aquel entonces? ¿Qué tanto se acepta hoy a los sintis, quienes a la sazón no contaron con protección alguna por ser “gitanos”? Hoy en día, ¿despiertan los suizos con doble nacionalidad menos suspicacia?
Estas no son preguntas para historiadores, sino para quienes vivimos en el presente.
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Wissen Sie, warum ich im American Styl herumlaufe?
Weil ich mich schäme, Schweizer zu sein...