Editorial
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Sospecho que a muchas personas que viven en Suiza les gusta criticar todo lo que, por un motivo u otro, les molesta de su país, pero que, cuando están de vacaciones en el extranjero, defienden a capa y espada a Suiza. Quizá también les resulte familiar este tipo de actitud a los suizos residentes en el extranjero. Sin embargo, quien, como ellos, tiene dos patrias —una en la que reside y otra a la que permanece unido— probablemente viva esta experiencia como algo enriquecedor, y no como una eterna rivalidad.
Estos pensamientos me han venido a la mente debido a que, por una vez, he estado redactando este editorial en un lugar inusual: no en Berna, como de costumbre, sino en la tormentosa primavera del hemisferio sur —podría decirse que como suizo residente temporal en el extranjero—. Esta particular circunstancia dio lugar a toda una serie de debates sobre la imagen que Suiza tiene de sí misma.
Por ejemplo: ¿qué se entiende por “democracia directa”? Daré una respuesta prudente: este tipo de democracia se da cuando el pueblo no solo elige a su parlamento, sino que también decide sobre cuestiones concretas a intervalos regulares. Cada referendo sirve para recordar al Parlamento y al Gobierno cuáles son los pensamientos, esperanzas, temores y deseos del pueblo. Esta exposición causó sensación entre mis interlocutores...
... hasta que se abordó el tema de la energía nuclear y se mencionó que, hace siete años, el pueblo suizo decidió que ya no se construirían más centrales nucleares, a pesar de lo cual el Ministro de Energía, Albert Rösti, pretende ahora allanar el camino para nuevas centrales de este tipo. El debate nuclear vuelve a dividir a la nación. Si se piensa en la seguridad de abastecimiento de Suiza, quizá pueda comprenderse medianamente este cambio radical de rumbo, siempre y cuando se ignore el problema sin resolver de los residuos nucleares. Pero desde el punto de vista de la política democrática, pasar por encima de la voluntad popular parece una osadía, al menos para quienes viajamos al extranjero y tratamos de exponer los encantos de la “democracia directa”.
Pero en el fondo no hay motivo de alarma: por mucho que el Gobierno y el Parlamento quieran construir nuevas centrales nucleares, en última instancia será el pueblo quien decida en las urnas si hay que cambiar de rumbo o no. Y para entonces, es posible que otros cantones se hayan sumado a la iniciativa del voto electrónico, lo que permitirá que el mayor número posible de suizos residentes en el extranjero participen en esta importante decisión. Sin más dilación, el tema clave de este número está dedicado al debate sobre la energía nuclear, que divide a la opinión pública suiza desde hace más de medio siglo.
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