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En la primavera, la película de animación “Ma vie de Courgette” [“La vida de Calabacín”], del director Claude Barras, originario de la Suiza francesa, ganó dos Premios César y dos distinciones del Premio de Cine Suizo, después de haber conseguido ya otros premios europeos y dos nominaciones al Óscar. Pero la historia del cine de animación suizo se remonta varias décadas atrás.
Las dibujos animados suizos se han desarrollado durante cinco décadas hasta convertirse en un pujante espacio cultural. La película de animación de carácter artístico, denominada cine de autor, se reconoce en Suiza como una auténtica forma de arte y la producción nacional se proyecta ahora también en el extranjero.
Hasta los años 1960, en Suiza no había apenas espacio para las películas de animación. Este tipo de obras eran más bien algo esporádico: proyectos de ocio con fines publicitarios, educativos y empresariales. Después surgieron varios cineastas suizos jóvenes que dieron que hablar; anhelaban crear obras libremente. Como autodidactas se construyeron su propio equipo; disfrutaban experimentando y llevaron a cabo sus proyectos sin presupuesto ni fondos de subvenciones. Finalmente fueron tres los representantes de esta generación los que dieron especial impulso a la película de animación suiza. Procedían de la Suiza francófona, región que por tal motivo merece calificarse de pionera.
Los pioneros en este ámbito fueron la boticaria Gisèle y el ingeniero Ernest “Nag” Ansorge, cuyos cortos despertaron la atención a finales de los años 50, no sólo en Suiza, sino también en el extranjero. Crearon películas de tipo artístico y pertenecientes a distintas ramas, a la par que redactaban guiones y hacían trabajos por encargo. Pronto la pareja de experimentadores encontró su técnica personal, a la que se mantuvo fiel en las diez películas de autor que produjo de 1967 a 1990: arena extendida sobre una mesa iluminada. La mano de Gisèle daba forma a la arena para hacer una fotografía, después la movía para la siguiente, y así sucesivamente. Con este procedimiento denominado “stop motion” se necesitaban 24 tomas para rodar un segundo de película.
Las películas de Gisèle y Ernest Ansorge invitaban a los espectadores a penetrar en un mundo de ensueño, hecho de formas surrealistas en constante transformación. Los autores narraban fábulas que ellos mismos habían inventado y encontraban metáforas angustiantes acerca de la condición humana. Conforme al ambiente intelectual de la época, estas películas también expresaban el afán de liberarse de las convenciones. La atmósfera resultaba en gran parte sombría y ansiosa, y la mayoría de los cortos eran en blanco y negro: dos características que armonizaban perfectamente con la técnica de arena.
Sin embargo, en opinión de ciertos especialistas la figura emblemática de las películas de animación de autor en Suiza es el diseñador gráfico Georges Schwizgebel, cuya obra abarca 18 cortometrajes también creados con el procedimiento stop motion. Schwizgebel aplica color acrílico o guache sobre papel de celofán: el trazo desenfadado de su pincel y los colores luminosos como verde oliva, rojo ladrillo y ocre, confieren a sus películas un carácter inconfundible. En lugar de palabras recurre a la música, y se esfuerza por enlazar los planos sin cortes de imagen.
A Schwizgebel también le gusta narrar fábulas y uno de sus temas predilectos es el mito del doctor Fausto. Sin embargo, para él lo principal no es narrar en sentido tradicional, sino transmitir un mensaje a través de la imagen. En cada película el artista explora una diferente posibilidad de configurar sus creaciones, lo que confiere al conjunto de su obra una notable unidad. El concepto de cada película obedece a una minuciosa composición. Por ejemplo, a Schwizgebel le gusta incorporar estructuras matemáticas invisibles, porque está convencido de que la introducción de reglas ocultas, pero que aportan al flujo de imágenes una evidente lógica natural, permite amplificar la magia de la animación. Al igual que el pionero matrimonio Ansorge, Schwizgebel siempre creó sus películas de manera artesanal y con infinita paciencia.
Hoy en día, en cambio, gracias a las diversas tecnologías y formas de expresión desarrolladas al amparo de la revolución digital, los especialistas en animación tienen a su disposición una gama más amplia de métodos. La industria suiza de la película de animación se caracteriza en la actualidad por una producción más intensa. Pero al igual que en la época de los pioneros, este sector no deja de sorprender con sus excepcionales realizaciones. Entre los talentos de la generación más reciente está el director de “Ma vie de Courgette” [La vida de Calabacín], Claude Barras, quien nació en 1973, cuando el matrimonio Ansorge ya había recibido los primeros galardones; a la sazón, Schwizgebel trabajaba en su primera película premiada.
Hoy en día, la vitalidad de las películas de animación de autor es el fruto de la intensa labor que se ha venido realizando durante décadas. A este éxito ha contribuido, entre otros, la asociación Trickfilmgruppe Schweiz / Groupement Suisse du Film d’Animation [Grupo suizo de películas de animación], creada en 1969 y en la que Ernest Ansorge participó activamente. También desempeñaron un papel clave los tres festivales suizos consagrados, total o parcialmente, a las películas de animación, así como la activa colaboración con las cadenas de televisión y los eficaces mecanismos de promoción pública. Actualmente una universidad suiza, la de Lucerna, ya brinda a los interesados la posibilidad de cursar una carrera completa en cine de animación.
Paralelamente a la industria suiza de la película de animación también se ha desarrollado la autoconfianza. Desde hace una década, algunos cineastas suizos se animan a realizar proyectos de larga duración, al lado de los cortometrajes. Barras consiguió el éxito con este formato lleno de riesgo: su película dura 67 minutos, mucho más que la animación de arena más larga del matrimonio Ansorge, que duraba 13 minutos, y que la obra más extensa de Schwizgebel, que no pasa de 9,5 minutos. Para esta categoría de películas, la producción supone el mayor gasto por unidad de tiempo, por lo que se busca la producción conjunta con el extranjero: por lo tanto, no es casual que el huérfano Calabacín sea el fruto de la colaboración franco-suiza.
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