A través de su labor, el poeta se une delicadamente al “coro de las soledades”, escribe Alexander Estis. Quien muere en soledad, señala Nathalie Schmid, a menudo deja tras de sí “pequeños agujeros negros” que deben rellenarse por medio de indagaciones; por ello, cada poema suele ir acompañado de un informe en el que los poetas y poetisas relatan cómo buscaron la escasa información sobre la vida del difunto. En numerosos casos, esta tarea resulta difícil. “¿Cómo poner palabras a esa soledad sin contradecir los hechos?”, se pregunta Martin Bieri.
El libro publicado por Melanie Katz aporta una respuesta. Contiene una amplia gama de poemas y textos muy diversos, algunos de los cuales son sumamente breves y parecen incluso “improvisados”. “Sabemos muy poco de ti; / nada, en realidad”, comienza el poema de Klaus Merz. Pero a veces los poetas logran recabar datos que pueden incluirse en su necrología. De este modo, el “entierro en soledad” preserva la cultura de la despedida y da lugar a una “solidaridad vivida”, como escribe la editora. Surge así una característica muy especial de este proyecto maravillosamente respetuoso: por muy similares que puedan parecer a primera vista los recuerdos y las indagaciones, cada uno de los retratos termina adquiriendo un toque personal. De cada uno de los que murieron, a menudo en circunstancias precarias, perdura algo que lo hace único. La variedad de los casos individuales que integran este coro proyecta una sombra sobre nuestra sociedad: una sociedad terriblemente laboriosa y, al mismo tiempo, indiferente al prójimo. “El silencio y la fuerza no se contraponen”, reza un verso de Michael Fehr.
BEAT MAZENAUER
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