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Este curioso libro se titula “Peter und so weiter”, tanto en el original francés como en la versión alemana. Su autor, Alexandre Lecoultre, quien nació en Ginebra y vive en Berna, narra la historia de un entrañable excéntrico que vaga por el pueblo, en ocasiones ayuda en la tienda y, cuando se pone a charlar en el bar, es interrumpido con un sistemático “und so weiter” [“y así sucesivamente”]. Para unos es Peter, para otros, Pietro; “monsieur l’auteur” lo llama “Peterli, du Fröschli” [“Pedrito-sapito”].
Todo el mundo lo conoce, y Peter está al tanto de todo lo que pasa en el pueblo, aunque en realidad no está del todo integrado. “Desde hace tiempo, la gente quiere que llegue a ser alguien, pero Peter no sabe quién”. Se pasa el tiempo recorriendo “todas las calles que puede” y en todas direcciones, para no perderse ninguna. Su destino favorito es el terreno baldío, un paraje caótico que a Peter le gusta porque, igual que él, no encaja del todo en un mundo obsesionado con la perfección. Con ese terreno hay que hacer “öppis o algo”, dicen los demás.
La novela de Alexandre Lecoultre, galardonada con el Premio Suizo de Literatura en 2021, sigue con empatía y humor las andanzas de este personaje que vaga por el pueblo. Un pueblo que también es una ciudad y, de hecho, bien podría llamarse Zúrich: una ambigüedad típica de este velado libro, que también se manifiesta a través del lenguaje que utiliza su autor. Peter und so weiter oscila entre distintas formas de hablar. Giros dialectales como “öppis” y “momoll” (“algo” y “claro que sí”) crean un efecto de sorpresa en el original francés, a lo que la versión alemana responde con jirones de francés y giros dialectales. De vez en cuando, a Peter se le traba la lengua y nacen creaciones como “glauche, roichts, lechts, rinks, drechts”. La traductora Ruth Gantert ha sabido recrear este multilingüismo a través de expresiones lúdicas y graciosas.
Todo ese embrollo hace que el lenguaje nos suene familiar. Y hace que Peter centre su interés en los pequeños detalles a orillas del camino, mientras que las grandes cuestiones solo llegan a su mundo como un lejano eco. La calidad de este armonioso y delicado libro reside en su falta de intencionalidad. El afán de rendimiento y perfección que reina en la vida laboral horroriza a Peter. Por eso le gusta tanto el terreno baldío; pero este no tarda en ser invadido por excavadoras y grúas. En el “pueblo” no tienen cabida el desorden, el caos ni la tranquilidad. ¿Será ésta la anomalía sobre la que Lecoultre pretende llamarnos la atención?
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