Cultura
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En los años 1990 y 2000 abundaban en la ciudad situada al extremo del lago los espacios festivos improvisados. El endurecimiento político, unido a restricciones técnicas y al reforzamiento de las medidas de seguridad, ha conducido al vacío en el que se encuentra hoy la vida cultura de Ginebra.
¿Todavía ofrece Ginebra a los jóvenes (y menos jóvenes) espacios de encuentro llamados alternativos, esos lugares festivos, abiertos, asequibles, donde los artistas emergentes puedan lanzar proyectos culturales sin tener que elaborar un proyecto de gestión? Para muchos actores de la región, el cantón atraviesa hoy una crisis. Como telón de fondo está la desaparición de los squats [propiedades ocupadas al margen de la ley] durante el primer decenio de los años 2000, especialmente desde el cierre en 2011 del inmenso espacio autogestionado Artamis. “Se siente un vacío, una tensión creciente. Espero que se arregle el asunto con los nuevos barrios donde el Estado promete integrar la cultura”, observa la Concejal demócrata-cristiana Alia Chaker Mangeat, miembro de la Comisión de Artes y Cultura.
Un punto de inflexión política reciente fue la aprobación, en diciembre de 2015, de recortes lineales del 2% del presupuesto del Concejo Municipal en las dotaciones destinadas al sector social y cultural. “Antes, la derecha y la izquierda negociaban. La derecha gestionaba los centros de cultura clásica, como el Gran Teatro, y la izquierda los de las culturas emergentes. Con estos recortes se ha desenterrado el hacha de guerra”, opina Léon Meynet, ex animador sociocultural, quien participó en los años 70 en la creación del primer centro cultural autónomo, el de Saint-Gervais.
En 2015, L’Usine, primer centro alternativo de Ginebra, fue objeto de una lucha política con el Departamento del Empleo y Seguridad, dirigido por el Consejero de Estado del PLR, Pierre Maudet. En el meollo de esta disputa estaba la obligación de las entidades culturales de L’Usine de solicitar una autorización administrativa para instalar sus puestos de bebidas, de conformidad con una nueva ley sobre este tipo de establecimientos. L’Usine se negó a aceptar esta lógica, por considerarla contraria a los principios de la autogestión. “Conforme a los principios del magistrado, cada puesto de bebidas es un caso aparte y este sistema es reproducible en todas partes”, opina el socialista Sylvain Thévoz, miembro de la Comisión de Artes y Cultura.
L’Usine, que había participado desde 2010 en la enmienda a esta ley, considera que el magistrado echó por la borda el producto de las negociaciones.“Ellos hablan de comercio, nosotros de cultura”, critica Samantha Charbonnaz, empleada fija de L’Usine, que trabaja al 50 % (en realidad al 100 %) por 2 500 francos al mes y arremete contra el término “diversión, que suele asociarse a entretenimiento de la población”. Para ella, esto revela una profunda incomprensión política de estos centros autogestionados. “A ellos les gustaría hablar con un responsable. Tienen razón, ya que de hecho el colectivo nos ayuda a aguantar la presión. Pero esto no significa que no seamos responsables”, aduce Clément Demaurex, ex empleado fijo.
El 24 de octubre, una manifestación no autorizada de apoyo a L’Usine causó estragos en el centro de la ciudad. Como reacción a su negativa a satisfacer las exigencias del Estado para los puestos de bebidas, la derecha municipal congeló sus subvenciones y decidió asimismo cobrarles los costes de los saqueos urbanos. Al final, ambas decisiones fueron revocadas por el Estado y el asunto de las licencias se resolvió gracias a la mediación del municipio de Ginebra. Paralelamente, a los jóvenes se les limitó el acceso a una de las calles más festivas de Ginebra, la Rue de l’École de Médecine. La meta de la operación organizada por el ayuntamiento fue limitar el ruido en esta arteria popular que cuenta con una decena de bares en hilera.
“No se puede evitar el ruido cueste lo que cueste”, opina el fotógrafo Christian Lutz, que trabajó cinco años en Artamis (véase a continuación). Él cree que el aumento de las quejas por escándalo nocturno está vinculado a la falta de lugares abiertos y accesibles en esta ciudad. “Es preferible un coma etílico en plena calle a que la gente esté encerrada entre cuatro paredes frente a su pantalla. Vivimos en una era en la que el proyecto político consiste en erradicar todo riesgo. La asepsia conduce a un empobrecimiento de la imaginación y a la extinción del debate”, critica este ginebrino.
Parece disminuir la capacidad de negociación en comparación con los años 80 y 90, cuando los magistrados de derecha sabían negociar, como fue el caso del Consejero de Estado liberal Claude Haegi, inventor de los contratos de confianza. Este sistema permitía a los jóvenes ocupar un inmueble no utilizado hasta su renovación. “La normativa de seguridad e incendios es tan estricta, que abrir un centro es algo muy complejo”, opina Sylvain Thévoz. Lo mismo ocurre a la hora de solicitar la más mínima subvención. En caso de ocupación, la reacción de la policía es inmediata y las sanciones son duras. Por último, los squats ya no cuentan con el apoyo popular como en los años de la especulación inmobiliaria.” Su colega del PDC, Alia Chaker Mangeat, evoca el derecho de los políticos a fijar las reglas sobre gastos; pero opina que todos “tienen que tirar de la misma cuerda en favor de la cultura, y pide que se dé cabida a los centros alternativos, a menudo apoyados por voluntarios”.
Christian Lutz está preocupado: “Suiza quiere tener los mejores deportistas, artistas, etc.; pero si no recuperamos estos terrenos de experimentación, la gente se marchará; irá a Manchester o a Berlín, por ejemplo, donde hay una vanguardia.” Con su centenar de squats, una parte de los cuales poseían bares, salas de conciertos, pistas de baile, la cultura alternativa formó parte integral de la vida de los ginebrinos durante un cuarto de siglo. Pero ya no existe ese espacio de libertad. No obstante, la ola alternativa ginebrina ha generado nuevos espacios, respaldados por los poderes públicos, como La Gravière, un centro festivo a orillas del Arve, o el Motel Campo, en la zona industrial de las Acacias. “Se permite la utilización de nuevos centros, pero se les formatea”, matiza Samantha Charbonnaz. “Ya no existen centros que puedan ocuparse sin objetivos comerciales, y el endurecimiento de las condiciones empuja a la gente a la marginación”, concluye Clément Demaurex.
L‘Usine: Inaugurada en 1989, esta antigua fábrica de desbaste de oro propone toda una serie de actividades culturales y espacios festivos. Es el espacio por excelencia de la cultura alternativa ginebrina.
Artamis (en francés: les amis de l’art): esta zona industrial abandonada, de 12 000 m2, situada en pleno centro de la ciudad, cuyos edificios eran explotados por los servicios industriales de Ginebra, acogió actividades artesanales, puestos de bebidas, bares, clubs, artistas. Ocupado en 1996, el centro fue cerrado en 2010 y dará paso a un barrio ecologista.
RHINO (en francés: Retour des habitants dans les immeubles non occupés: “regreso de los habitantes a los inmuebles no ocupados”): situados en Plainpalais, los dos inmuebles de la asociación de squats RHINO, con sus centros festivos y musicales la Cave 12 y el Bistr’OK, amenizaron las noches ginebrinas durante 20 años. Rhino cerró sus puertas en 2007 por orden del fiscal radical Daniel Zappelli. La Cave 12 logró salvarse gracias al apoyo del Estado y se desplazó a la orilla derecha de Ginebra.
Imagen Ya en 2010 se había organizado en las calles de Ginebra un festival callejero de apoyo a L’Usine.
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