Cultura
Cultura
Cultura
Retrato
Cultura
Cultura
Cultura
Cultura
Tienen talento, trabajan con metas muy concretas, tienen entre 15 y 18 años y sólo quieren una cosa: ganar el Prix de Lausanne. ¿Por qué este concurso de baile atrae como un imán a talentos del mundo entero y qué significa convertirse en bailarín profesional? Una mirada a la vida de los bailarines.
“¡Oh, tú, ser humano, aprende a bailar, si no los ángeles no sabrán qué hacer contigo en el cielo!” Eso es lo que dijo hace más de 1600 años el teólogo y filósofo Augustinus, conocido como San Agustín. La humanidad siguió su consejo, y baila. Los estilos enseñados, aprendidos y practicados en el mundo entero van de la danza de expresión corporal al butoh, pasando por el baile moderno, la danza jazz, el rock’n’roll, el hiphop, el step, el breakdance, los bailes de discoteca, el tango, las danzas orientales, el street dance y las danzas folclóricas.
Para los jóvenes bailarines de 15 a 18 años que se presentan cada año al concurso suizo de ballet Prix de Lausanne, bailar es más que un pasatiempo. Estos jóvenes bailan porque sienten que el baile es su vocación, no quieren ser informáticos, médicos o periodistas como otros; para ellos sólo hay una meta, una vida bailando en un escenario, y se han decidido por el más exigente de todos los tipos de baile. El ballet clásico ofrece, como forma independiente de arte, un ingenioso sistema de pasos de baile que constituyen la base para los futuros bailarines profesionales. Quien entrena su instrumento, en este caso el cuerpo, bailando ballet, logra la base perfecta para el arte de expresar estados de ánimo y sentimientos con meros movimientos. Pero ahí es donde empieza el problema: la danza es un arte efímero, no hay partituras como en la música, ni libretos como en el teatro. La danza es enseñada y transmitida de una persona a otra.
“¡Oh, tú, ser humano, aprende a bailar!” es un dicho más fácil de pronunciar que de llevar a la práctica. Hasta que un joven bailarín llegue a la cúspide, el camino es pedregoso, y la competencia feroz. Quien quiere ser bailarín profesional tiene que empezar a bailar pronto, tiene que entrenarse regularmente y con una disciplina férrea, además de hacerlo correctamente. Ni siquiera los bailarines que cumplen todos los requisitos físicos y mentales y tienen una gran fuerza de voluntad, buena memoria, musicalidad y constancia, tienen garantizada la posibilidad de llegar un día a ser solistas en un escenario. Y como el trabajo se desarrolla en el ambiente tranquilo de una academia de ballet, en la preparación para esta profesión pueden cometerse numerosos errores. Ya a los diez años, un estudiante de ballet que tenga como meta llegar a ser bailarín profesional debería cambiar de una escuela privada a una profesional. Pero sólo en las grandes ciudades hay escuelas de este tipo, lo que significa que muchos de estos niños tienen que salir de la casa de sus padres a edades muy tempranas, pero no todos tienen ya la necesaria seguridad de sí mismos. Además, la formación de bailarín supone una doble carga: aparte del entrenamiento de baile diario hay que seguir paralelamente la formación escolar.
Tampoco después se puede dejar de luchar. Tras la formación empieza la búsqueda de un contrato en una compañía de ballet. Esto es especialmente difícil para los que aún no tienen experiencia escénica. Y finalmente: la profesión de bailarín sólo se puede ejercer durante unos años, hasta los 38 años como máximo. Luego, los bailarines de ballet son considerados demasiado viejos. A una edad en la que otros todavía no han alcanzado la cima de su carrera profesional, los bailarines se enfrentan a la pregunta de qué hacer a partir de entonces.
Uno que conocía perfectamente la situación y los problemas de los futuros bailarines profesionales era el industrial suizo Philipp Braunschweig (1928-2010). Este heredero de una célebre familia de relojeros suizos de La Chaux-de-Fonds había estudiado Física en Zúrich, tras lo cual se había dedicado a dirigir una empresa familiar internacional, pero su pasión era el ballet y quería contribuir a mejorar la situación de vida y la carrera de los jóvenes talentos. Además sabía cómo hacerlo: con un concurso para promocionar a los mejores. Junto con su mujer, la bailarina de ballet rusa Elvire Krémis, elaboró un concepto y fundó el Prix de Lausanne.
El concurso se convirtió en un hito en el mundo del ballet. Hasta hoy es uno de los principales trampolines para lanzar al éxito a los bailarines. Philippe Braunschweig opinaba que las experiencias que hacen los bailarines de ballet para actuar en un escenario son experiencias para la vida, ya que cualidades como la disciplina, la creatividad y el espíritu de equipo son cruciales también en otras profesiones. Y creía que justamente la sociedad no debería descuidar este enorme potencial de los bailarines. Naturalmente había ya entonces otros concursos. Por ejemplo el de Varna, en Bulgaria, o el de Jackson, en Mississippi. Pero esos estaban concebidos sobre todo para bailarines profesionales, y sus premios eran más bien una confirmación de lo ya alcanzado, más que un fomento de capacidades. La meta del Prix de Lausanne era seleccionar entre los jóvenes bailarines que aún no habían acabado su formación aquellos con el mayor potencial artístico y de danza. Como ganadores del «Prix» deberían tener la oportunidad de recibir becas de formación para las mejores escuelas de danza del mundo.
La idea tuvo una buena acogida. Y se logró colaborar no sólo con numerosas escuelas y compañías de baile en calidad de instituciones asociadas al Prix de Lausanne, sino además con numerosos patrocinadores. Hoy, el concurso cuenta con un presupuesto de más de dos millones de francos suizos y sigue siendo muy innovador: en 2015 se quiere obtener por primera vez una beca adicional de 50.000 USD a través de la página de crowdfunding.
Pero no sólo los premios hacen atractivo este concurso suizo de danza. La semana intensiva que se ve coronada con la semifinal presentada públicamente y la final con la entrega de premios ofrece asimismo a los jóvenes bailarines de todo el mundo una ventaja que otros concursos no ofrecen. A través de la comparación directa con la competencia en el mismo grupo de edad, los jóvenes bailarines tienen aquí a menudo la única oportunidad de darse cuenta a tiempo de si su sueño profesional es realista y de si en realidad tienen suficiente talento, personalidad y voluntad para la profesión de bailarín, o bien si sería mejor que siguieran otra formación en lugar de perder los importantes años de vida entre los 16 y los 20 años persiguiendo una ilusión.
Así pues, en 1973 se concedió por primera vez el «Prix» en Lausana. El proyecto empezó con buena estrella: Lo que en aquel entonces empezó a pequeña escala en el lago de Ginebra sigue creciendo continuadamente hasta hoy, modificándose y profesionalizándose. Y el éxito del Prix de Lausanne estuvo a punto de suponer la perdición del proyecto. La cifra de inscripciones – sobre todo de Asia – se disparó. Y si al principio sólo se presentaron al concurso treinta bailarines, pocos años después se presentaron ya más de doscientos. Para la actual edición de 2015 había 296 candidatos de 34 países. Setenta aprobaron la preselección (en base a un vídeo enviado por los candidatos) y viajarán a Lausana en febrero.
Desde sus comienzos, el Prix de Lausanne se ha enfrentado también a ciertas críticas. Últimamente incluso se le hicieron duros reproches, argumentando que concursos así abruman a los participantes, que hay un gran riesgo de accidentes y que se empuja a las chicas a la anorexia. La directiva respondió a las críticas. Desde 1999, el «Prix» es algo más que un simple concurso, y durante una semana ofrece un programa general con talleres, entrenamientos y seminarios sobre importantes temas relacionados con la salud. Y a diferencia de lo que ocurría antes, ahora todos los participantes pueden asistir a estos eventos, o sea incluso los que no llegan a la final. También esto hace atractivo el «Prix». Es una experiencia enriquecedora para todos. Visto así, a orillas del lago Lemán sólo hay ganadores.
La 43ª edición del Prix de Lausanne se celebra del 1 al 8 de febrero de 2015 en el Palais de Beaulieu de Lausana. Setenta bailarines de 18 naciones se han cualificado para éste. Entre ellos también hay cuatro candidatas y un candidato de Suiza, así como la suiza del extranjero Miko Fogarty, de California. Los otros jóvenes bailarines proceden de Australia, Brasil, China, Finlandia, Francia, Hungría, Italia, Japón, Holanda, Noruega, Portugal, Rusia, Corea del Sur, España, Ucrania, Inglaterra y EE.UU. Durante muchos años los jóvenes suizos candidatos a este premio no lograron cualificarse, lo que sin duda también está relacionado con el hecho de que a Suiza le falta tradición en el mundo del ballet. La danza clásica es un arte cortesano, y Suiza nunca fue una monarquía ni tuvo una ópera nacional ni una escuela nacional de baile. El ballet se cultiva en Suiza sólo desde los años 50. Los jóvenes se formaron durante muchos años en escuelas privadas de ballet. Y a diferencia de otros países, Suiza no reconocía oficialmente la profesión de bailarín escénico. Así, Suiza se quedó rezagada en el plano internacional. Desde que entró en vigor la nueva Ley de Formación Profesional, en 2004, y la enmienda de la Ley sobre Universidades de Ciencias Aplicadas de 2005, la Confederación puede reconocer profesiones y estudios del sector del arte. Actualmente, Suiza cuenta con una escuela profesional propia de baile clásico, la Tanz Akademie Zürich, en la que se prepara a talentos de 11 a 19 años para una carrera como bailarines escénicos. Queda por ver si logran imponerse a la fuerte competencia extranjera y llegar a la final en Lausana.
La final será retransmitida en directo por Live-Stream. Información, blogs, vídeos: www.prixdelausanne.org, Crowdfunding en: www.indiegogo.com
Comentarios
Comentarios :