Editorial
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“Para los refugiados, empezar una nueva vida en un país en el que no necesariamente son bienvenidos es una especie de milagro”: así lo afirma Priya Ragu, la cantante de San Galo cuyo retrato ilustra la portada de la presente edición de Panorama Suizo.
Priya Ragu sabe de lo que habla, pues creció en una familia de refugiados tamiles. Desde entonces las cosas han cambiado mucho: tras el despegue vertiginoso de su carrera artística, la cantante ha llegado a ser una estrella mundial que ha logrado conquistar los corazones en los más grandes escenarios del mundo: no solo en festivales como el de Montreux, sino también en el área lingüística de donde son oriundos sus padres. En lengua tamil lleva al mundo valores que reflejan una sensibilidad genuinamente suiza. Su canción “Kamali”, por ejemplo, aborda los derechos y el papel de la mujer en la sociedad, así como el empoderamiento de las chicas, que les permite vivir sus sueños. El tema ha hecho furor.
Muy distinto, en cambio, es el éxito de la industria armamentística suiza, cuyas exportaciones van al alza. El tema se ha vuelto políticamente explosivo. ¿A qué países debe Suiza exportar sus cañones, municiones, vehículos blindados y demás material bélico? Esta pregunta alimenta desde hace mucho tiempo acalorados debates, ya que tales exportaciones afectan la percepción que tiene Suiza de sí misma como país neutral y pacífico, que suele apostar por la diplomacia antes que por el ruido de sables. Como sucede a menudo, el tema es más complejo de lo que parece a primera vista: durante mucho tiempo, el verdadero motor de las exportaciones suizas fueron las guerras, ¡no el queso y el chocolate! Durante tres siglos, los mercenarios suizos prestaron sus servicios en los campos de batalla europeos y en los ejércitos coloniales de todo el mundo. Y no tenían precisamente fama de blandos.
Así, la imagen que actualmente se tiene de Suiza como país humanitario, pacífico y neutral, es fruto de un cambio consciente: las actividades mercenarias llevan mucho tiempo prohibidas y la exportación de armas está sujeta a una estricta normativa. Una normativa que en adelante se volverá incluso más estricta, pues la presión pública ha obligado al Parlamento a endurecer las leyes y el gobierno ha perdido la libertad que tenía para conceder excepciones.
Tales medidas no pueden sino aplaudirse, aunque no ponen punto final al debate sobre las exportaciones de armas. Porque el endurecimiento de la legislación no resuelve la cuestión clave, la de saber si las exportaciones de armas contribuyen a la pacificación del mundo.
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