Editorial
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Escribir este editorial es prácticamente misión imposible: he hecho varios intentos para describir brevemente lo que ocurre en Suiza con el coronavirus, pero apenas termino una versión, cuando la información ya se ha vuelto obsoleta.
En la primera versión describí alarmado la llegada del virus a Italia. En la segunda, el temor suscitado por los primeros casos en el Tesino. Después, escribí sobre estadios y centros culturales vacíos. El cuarto borrador decía: “Esto es sólo el comienzo” y mencionaba la entrada en vigor del derecho de emergencia, la suspensión de los procesos democráticos, el cierre de las escuelas, la prohibición de reunirse y de ejercer ciertas profesiones: al día siguiente, ninguno de estos temas era ya de actualidad. Al mismo tiempo, se disparaban las cifras de infectados, fallecidos y desempleados.
La pandemia no crea una nueva normalidad difícil de sobrellevar. Más bien impide cualquier normalidad, porque trae constantemente nuevos desafíos, difíciles de enfrentar. No importa lo que escribamos hoy: cuando usted lo lea, el rostro de la pandemia ya habrá vuelto a cambiar. En el momento en que escribo estas líneas, a finales de marzo, quizá estemos en lo cierto al esperar que Suiza supere la crisis hacia finales de mayo; pero quizá estemos totalmente equivocados y la paralización del país tenga consecuencias aún más graves.
Pero también hay que mencionar lo bueno. En plena crisis, vemos cómo en Suiza muchas personas se comportan de forma amistosa y benévola. Así, para muchos reviste especial importancia la solidaridad con las personas mayores, más vulnerables ante la crisis. Esto debe tenerse en cuenta, pues todos vivimos actualmente un gran desafío. Pero simultáneamente surge una forma extraña y casi surrealista de solidaridad: al mismo tiempo que el virus nos hace solidarios, nos hace solitarios. Pues sin el calor de un hogar, los más necesitados, los más débiles y los más vulnerables se sienten excluidos, cuando sabemos perfectamente que los contactos humanos, reales y calurosos, son precisamente lo que le da sentido a la vida.
¿De qué podemos alegrarnos por los tiempos que corren? Por ejemplo, de Stephan Eicher, de su música y de que después de cuarenta años en el escenario, Eicher haya recibido el Swiss Music Award por su obra. Eso es para nosotros motivo suficiente para homenajear a este magnífico músico y a su arte.
También nos alegramos de poder conocer mejor a nuestros lectores. Estamos llevando a cabo una encuesta y estamos impacientes por recibir sus críticas, elogios y expectativas. Su opinión es muy importante para retroalimentar la revista.
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