Editorial
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La presa “Spitallamm”, concluida en 1932, sella un angosto desfiladero y embalsa las aguas del “Grimselsee”, un lago que se extiende por cinco kilómetros en medio de los Alpes berneses.
Con sus 840'000 toneladas de hormigón, esta cortina de 114 metros de alto ya es todo un monumento: rememora una época en que Suiza saciaba su incipiente sed de energía convirtiendo sus ríos de montaña en embalses y generando electricidad gracias a sus turbinas que giraban a toda marcha en el valle.
Actualmente, la presa del Grimselsee ya no es ese oasis de paz y tranquilidad que aparece en la portada del presente número: justo delante de la antigua cortina de arco se está erigiendo una nueva, más esbelta. Una vez concluida la obra (se calcula que en tres años), la antigua cortina será inundada y la nueva se encargará entonces de contener la enorme presión de las aguas: de esta manera, el Grimselsee seguirá siendo una fuente confiable de energía eléctrica durante varios decenios.
Sin embargo, en Suiza es raro que los grandes proyectos hidroeléctricos logren tanta unanimidad: tan pronto como se diseña un nuevo embalse o se plantea usar algún río hasta entonces indómito para producir energía eléctrica, se levantan voces que denuncian el impacto ecológico de tales proyectos. Con el paso del tiempo, la explotación de los recursos hidráulicos se ha vuelto objeto de críticas cada vez más vivas.
A diferencia de lo que solía suceder en los años pioneros, hoy en día se analiza también la otra cara de la moneda: la construcción de presas atenta contra la naturaleza, ahoga valles, merma el caudal de los ríos y altera las características hidrológicas de la región. Como se explica en la sección “Tema clave” de la presente edición, es precisamente por ello que Suiza pone límite a la ampliación de su infraestructura hidroeléctrica.
Esto no carece de importancia en el actual contexto de promoción de las energías renovables (hidráulica, eólica y solar) que no emiten CO2. Pero esta transición no deja de generar tensiones : si bien Suiza cuenta con amplia experiencia para construir grandes centrales de todo tipo, está tardando en desarrollar su red descentralizada de energía solar a pequeña escala. En este ámbito media un abismo entre saber y actuar: por ejemplo, muchos municipios suizos han calculado minuciosamente cuánta energía solar reciben los paneles instalados en sus techos: una cantidad que a menudo supera la que pueden consumir sus habitantes. A pesar de ello se sigue permitiendo construir edificios que no cuenten con paneles en su techo. Estos ejemplos, entre otros, nos ayudan a comprender por qué la construcción de nuevas presas suscita tan poco entusiasmo en Suiza.
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