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En el pasado, la violinista Patricia Kopatchinskaja se ha hecho acreedora a no pocas críticas por socavar los hábitos más arraigados en el ámbito de la música clásica. Hoy se le recompensa por su originalidad. ¿Quién es esa suiza por opción con raíces moldavas, que acaba de recibir un Grammy a la mejor actuación de música de cámara?
Un encuentro con la música Patricia Kopatchinskaja constituye siempre un acontecimiento. Ya sea cuando da rienda suelta a su virtuosismo en el escenario o cuando se pone simplemente a hablar de música: la violinista de 41 años derrocha energía e ingenio. Es famosa entre el público por su espontaneidad, y tristemente célebre entre los dirigentes y las orquestas: una vez que toque las cuerdas del violín con el arco hay que estar preparado para todo. Tanto da si se trata de Beethoven, Bartók o un compositor actual: Kopatchinskaja toca el violín con tal intensidad y urgencia, que pareciera que la tinta de las notas que toca aún está húmeda. Que nunca toque la música de memoria, por principio, puede sorprender. Sus motivos tiene para ello: “Las notas me dan el espacio necesario para expresarme”, afirma. “De hecho, tocar música supone algo más que tocar las notas correctas. Como intérprete, debo analizar el significado en que se basan las notas y expresarlo”.
Todo concierto debe ser tan espontáneo y reciente como un estreno. A Kopatchinskaja las convenciones la traen sin cuidado. Es por ello que cuestiona en todo momento el mundo de la música clásica, aunque nunca deja de autocuestionarse. En eso radica, precisamente, su mayor aporte. Según ella, no se había percatado durante mucho tiempo de que su forma innovadora de presentar conocidas obras del repertorio polarizaba al público: un hecho que entretanto ha aprendido a superar. Por otro lado, también el auditorio se ha vuelto más abierto y curioso. En la actualidad, si bien el público suele reaccionar con irritación ante su forma de tocar tan poco convencional cuando la escucha por primera vez, en el segundo encuentro ya la aplaude eufóricamente de puro entusiasmo. Es lo que pasó en 2016, en ocasión de aquel concierto memorable, por el que acaban de otorgarle un Grammy a la mejor actuación de música de cámara.
El Grammy constituye el mayor galardón internacional para músicos, por lo que suele compararse al Oscar de la industria cinematográfica. Aunque este premio se viene otorgando en Los Ángeles desde 1959, el Grammy de Kopatchinskaja es tan sólo el cuarto que se ha concedido a Suiza. ¿En qué consistía la particularidad de este concierto? Imagínese lo siguiente: estamos en el Ordway Concert Hall de Saint Paul, en el estado de Minnesota, donde el público espera oír toques de Schubert. De repente y de forma totalmente inesperada surge en el estrado, al lado de la orquesta, un esqueleto. Debajo del disfraz negro con el esqueleto impreso se esconde Patricia Kopatchinskaja. La breve aparición espeluznante ha sido idea suya. Hubiéramos podido reconocer a la solista por los pies descalzos. De hecho, la violinista excepcional de 41 años actúa siempre descalza, para estar conectada con la tierra. Sin embargo, el disfraz no es un fin en sí mismo: combina con el programa, que Patricia introduce tocando en vivo junto con la Orquesta de Cámara de Saint Paul.
La pieza central la compone el cuarteto de Franz Schubert “La muerte y la doncella”, en una versión que ella misma ha arreglado para orquestas de cámara. La pieza suena, en cualquier caso, diferente de como se la conoce. Kopatchinskaja la ha despiezado, y entre los movimientos de Schubert ha introducido otras piezas musicales sobre el tema de la muerte, procedentes de todas las épocas, desde el barroco hasta la actualidad. Este ingenioso collage crea un programa poco convencional, cuyas partes no conforman una unidad, pero terminan complementándose. Pero esto no es todo. Mientras toca, Kopatchinskaja canta el lied de Schubert “La muerte y la doncella” con el texto de Matthias Claudius, en el que se basa el cuarteto. El público reacciona con consternación... al menos al principio, porque termina emocionado hasta las lágrimas.
“Un poco loco sí que lo fue”, admite entre risas la violinista durante la conversación que mantuvimos con ella en Berna, donde reside con su marido e hija. “En Europa, posiblemente me hubieran internado en el manicomio tras esa actuación, pero en América puedes atreverte a hacer esas cosas”. Quien la conoce sabe que nunca lo hace únicamente por el impacto en sí: cuando explora los límites, siempre son los límites de la propia música. Lo que pretende es incitar a la reflexión. Esta violinista, que da más de un centenar de conciertos al año en todo el mundo, siempre busca lo que hay detrás de las notas.
Sin quererlo, ya hace tiempo que se ha convertido en una auténtica estrella, aunque preferiría comunicar con el público de tú a tú. Cuando libera a la música clásica de su torre de marfil con su forma apasionada de tocarla, acaba sacándola a la calle, entre la gente común. Como lo dice ella misma, aprovecha el concierto para llevarse al público a un viaje de descubrimiento musical. Pero advierte: “Tenerme a mí como guía no es nada fácil”.
A Kopatchinskaja le molesta que los conciertos de música clásica carezcan de vitalidad, que tantas cosas sigan siendo iguales desde hace siglos. “¡Un concierto debe cambiar un poco la vida de cada quien!”, exclama. Considera que en la actualidad los conciertos de música clásica con frecuencia se parecen a un mausoleo de compositores muertos. “La gente viene a admirar un cadáver; éste debe reposar con dignidad, sin moverse en absoluto. Pero no estoy aquí para repetir lo mismo por enésima vez”, concluye la intérprete. “Quien quiera oír eso, que se ponga un CD. Yo no soy una fotocopiadora “.
Patricia Kopatchinskaja combate con ahínco los estereotipos en el mundo de la música clásica. El arte no puede ser lo que ya se conoce. “El arte debe plantear preguntas y ponerlo todo patas arriba”, afirma con convicción esta artista profunda y amante del riesgo, cuyo mensaje empieza a ser escuchado. Además del Grammy del año 2017, se ha llevado el Grand Prix suizo de música, uno de los galardones más importantes en su ámbito. Kopatchinskaja está presente en festivales internacionales, compone, graba discos, toca música de cámara y da conciertos con las mejores orquestas del mundo. Además, a partir del otoño de 2018 asumirá la dirección artística de la renombrada Camerata Bern. ¿De dónde saca su vena creativa, su profunda musicalidad y su capacidad creadora? Patricia no lo piensa mucho: de su padre, Viktor Kopatchinski, un virtuoso tocador de címbalo, ha heredado la obstinación y la pasión; de la madre, la violinista, la calma y la intensidad al tocar música. El entorno de su infancia le ha puesto los pies en la tierra.
Kopatchinskaja nació en Chisináu, Moldavia, uno de los países más pobres de Europa. Su infancia fue difícil, pero también feliz, nos cuenta, y recuerda el pueblo pintoresco en el que se crió con sus abuelos entre gallinas y campos de maíz, mientras sus padres iban de gira por la Unión Soviética como músicos populares profesionales. El padre cosechó mucho éxito como músico, pero no era miembro del partido. Además, dado que en Moldavia las fuerzas de ocupación cambiaban constantemente, el futuro era siempre incierto. “Mi padre no podía viajar al extranjero. Por ello, huimos. “La emigración la condujo a Viena, donde su familia y ella vivían en un entorno de gran pobreza. No obstante, la joven violinista tuvo suerte. Gracias a una beca se mudó a Berna, donde ahora se siente segura. Esta ciudad no sólo es importante para su trabajo, nos explica, sino también para su alma, que de vez en cuando precisa su momento de calma. “Berna es tranquila y agradable. Aquí no me distraigo y puedo centrarme en lo esencial. Hasta que vuelvo a ponerme en marcha. “Patricia Kopatchinskaja ha escalado el Olimpo de la música clásica. Hasta la cima. Con todo, apunta que no ha alcanzado todavía la meta. Su mente inquieta la impulsa sin cesar a buscar nuevos secretos musicales. “Ésa es mi meta en la vida”.
Patricia Kopatchinskaja nació en 1977 y creció en Chisináu (Moldavia), en el seno de una familia de músicos. En 1989, la familia emigró a Austria. En Viena, Kopatchinskaja estudió violín y composición, antes de irse a Berna en 1998 gracias a una beca. Ha recibido numerosos galardones, entre otros, al ganar el concurso Henryk Szeryng, celebrado en México (2000); el premio International Credit Suisse Group Young Artist Award (2002) y el Förderpreis Deutschlandfunk (2006). Ganó asimismo el Grand Prix suizo de música (2017), dotado con 100 000 francos suizos y, en enero de 2018, un Grammy en la categoría “Mejor actuación de música de cámara”. La violinista también se hizo famosa entre el público en general gracias a la aduana suiza que confiscó el valioso violín Guarneri que le habían prestado, un suceso que acaparó los titulares. Kopatchinskaja está casada con el ex neurólogo y autor Lukas Fierz. Tienen una hija y viven en Berna. En el otoño de 2018, Kopatchinskaja asumirá la dirección artística de la Camerata Bern.
Imagen Una artista que combate con ahínco los estereotipos en el mundo de la música clásica: Patricia Kopatchinskaja. Fotografía Keystone
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