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Gracias a sus victorias en las regatas en mar abierto y en la Copa América, los suizos han grabado su nombre en el pináculo de la vela internacional. El amor por el mar es un sentimiento muy vivo en este país. La alianza de los lagos con la tecnología y el dinero hace milagros.
Pierre Fehlmann, Stève Ravussin, Bernard Stamm, Dominique Wavre, Ernesto Bertarelli. ¿Le suenan estos nombres? ¡Ojalá! Todos ellos son navegantes suizos que han obtenido resultados al más alto nivel: los cuatro primeros en las regatas en alta mar y el último en la regata táctica; Alinghi ganó en dos ocasiones la copa deportiva más antigua: la prestigiosa Copa América. Retrocediendo en el tiempo tenemos asimismo a la condesa y timonel americano-suiza Hélène Pourtalès, ganadora de dos medallas de oro en los Juegos Olímpicos de París de 1900 o por ejemplo a Louis Noverraz, navegante emérito de la Suiza francesa que ha hecho ondear la bandera suiza a nivel internacional durante varios decenios (véase el recuadro). “Somos un país montañoso con veleros conocidos”, resume This Oberhänsli, curador en 2014 de una exposición sobre la vela suiza en el Museo Suizo del Transporte, en Lucerna, abierta hasta noviembre. Cabe destacar que en dicho museo el público tiene acceso al SUI-100, el navío vencedor de la Copa América en 2007. Pero el museo posee también la maqueta del Mérit, el barco del padre de las regatas suizas en mar abierto: Pierre Fehlmann, citado más arriba.
Con sus diez participaciones en vueltas al mundo, de las cuales acabó ocho, Dominique Wavre reconoce que Suiza ha alcanzado resultados deportivos “asombrosos para una nación tan pequeña, especialmente en las regatas en mar abierto en las que desde hace 20 o 30 años muchos suizos franceses han sobresalido, influidos por las proezas del marino francés Eric Tabarly”. A su vez, esta ola en la que participó Dominique Wavre (que dio origen a la creación del Centro de Entrenamiento para Regatas de Ginebra) “hace soñar a los jóvenes y ha tenido un efecto bola de nieve”, lo que hace pensar que la vela suiza está lejos de haber dicho su última palabra.
Hay que decir que las regatas en alta mar, como la Vendée Globe o la regata en solitario de Le Figaro, ejercen un fuerte poder de evocación en el público. “¡Es un deporte de resistencia natural, recuerda el marino ginebrino, en el que se lucha contra los elementos y la meteorología, y mientras es invierno en Suiza, nosotros estamos en el sur de África o en Australia! También es una ocasión para hablar del medio ambiente. Todo esto funciona porque a los suizos les encantan las actividades al aire libre como el senderismo o el esquí, pero también la competición.”
Efectivamente, los suizos no se limitan a seguir la Vendée Globe en Internet. “Les encantan los cruceros por el Mediterráneo y no existe ninguna bahía sin barcos del Cruising Club de Suiza”, relata el regatista ginebrino que siempre pudo contar con la ayuda de compatriotas y consulados en caso de percances o averías. El ejemplo más llamativo según él es la regata Bol d’Or (en el lago de Ginebra), en la que cada año participan entre 500 y 700 barcos. “Contando las tripulaciones de 5 personas, además de las familias que siguen desde lejos la regata, la cifra de interesados es del 50% de la población de la Suiza francesa”, calcula este navegante.
Responsable de una agencia de comunicación especializada en la vela y autor de varias obras sobre la navegación a vela*, Bernard Schopfer resume el éxito de la vela suiza y su atractivo recurriendo a tres términos: el lago, la tecnología y el dinero. “Los suizos han contribuido al auge internacional de este deporte con dinero suizo y barcos construidos en Suiza con tecnología suiza”, subraya. Y el Lemán preside el centro de esta ecuación. “Se navega a vela en este lago desde el siglo XIV, o incluso antes, y las primeras regatas se remontan al siglo XIX, con navíos de transporte”, recuerda este erudito regatista.
“El Lemán es el centro nacional de la competición en Suiza. Es un lugar muy bello y también una especie de pequeño mar,” prosigue. Él ha visto cómo se instalaban en sus orillas empresas de desarrollo tecnológico, que en el siglo pasado fabricaban barcas de madera – con constructores como Luthi, o Amiguet – y que actualmente las hacen con carbono, por ejemplo Decision S.A, que ha fabricado barcos para la Copa América y la Volvo Ocean Race, veleros admirados en el mundo entero.
Según Bernard Schopfer, los suizos sienten que hay una especie de continuación entre el mar y la montaña, y subraya asimismo la atracción que éstos sienten por la naturaleza. “Por ejemplo, hay muchos helvéticos que asisten al desfile de grandes aparejos en Brest. ¡Tienen una cultura marítima como la de los bretones!”, bromea. Y cabe destacar que aunque para tener un barco se necesita bastante dinero – por eso la vela es más bien un deporte de ricos –, siempre es fácil navegar. “Muchos propietarios de barcos muy bonitos buscan incesantemente tripulantes, incluso para salir a la mar. Además, la mezcla de clases sociales en los barcos es un fenómeno muy antiguo. Desde 1900, los propietarios llevaban a bordo marineros de Eaux-Vives y de Pâquis, que a duras penas traspasaban las puertas del club náutico, pero una vez en el barco reinaba la igualdad”, cuenta el autor de “Légendes du Léman” (Leyendas del Leman), publicado en 2012.
No obstante, el futuro de la vela suiza, cuyos mejores resultados a nivel olímpico o en alta mar son recientes, está “en plena marcha”. Bernard Schopfer señala los éxitos de dos navegantes, Justine y Elodie-Jane Mettraux, que participarán en la próxima Volvo Ocean Race, en noviembre de 2014, formando parte del equipo SCA. “Ellas han surgido de la generación Alinghi, que ha dado ejemplo en la materia”, considera el antiguo periodista que fue responsable de este consorcio rojiblanco.
¿Pero cómo se pasa del lago al mar, de la seguridad de las riberas a la pavorosa inmensidad de los océanos? “El choc existe, pero es relativo, comenta Dominique Wavre. Hay que pasar de una superficie donde uno está más seguro, dada la proximidad de los puertos, a un universo donde la resistencia es primordial, ya que en un solitario del Figaro, por ejemplo, uno se pasa casi 80 días casi sin dormir. Pero si hay espíritu de competición, es natural concursar a nivel internacional, y, obviamente este tipo de competiciones tiene lugar en el mar”.
* “La légende du Léman Bol d’Or Mirabaud” (La leyenda del Lemán Bol d’Or Mirabaud), en francés, Bernard Schopfer, Slatkine, 2012.
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