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Hace algunos años, nadie se lo habría esperado: Vladimir Petkovic ha sido elegido para guiar a la selección suiza hacia el Mundial de Fútbol. Pero sorprender a los demás forma parte de su carrera.
Esa particularidad suya quizá se explique por el ambiente de los años sesenta y setenta en Sarajevo, donde se crió Vladimir Petkovic. Tras el nacimiento de Vladimir, en 1963, su padre abandonó la carrera futbolística y trabajó a un nivel inferior como entrenador. Sin embargo, durante los partidos el hijo permanecía siempre a su lado: en el vestuario o junto a la cancha. “Es probable que haya aprendido muchas cosas por aquel entonces, sin que lo recuerde en la actualidad”, señaló en una ocasión Vladimir Petkovic hace unos diez años.
Tiene algo de misterioso cómo Petkovic ha escalado peldaños hasta convertirse en el entrenador más importante del fútbol suizo, en el seleccionador del once suizo que participará en junio en el Mundial de Rusia. Petkovic no hizo una carrera brillante como jugador. En los años ochenta ascendió a la segunda liga suiza, al incorporarse al Coira, donde todo empezó con un malentendido: al ficharlo, los integrantes del Coira pensaban que Petkovic era delantero, incluso un goleador que metía tantos sin parar. Sin embargo, Petkovic era centrocampista. Deambuló por toda Suiza, jugando de un lado para otro, de forma pasajera, incluso en el FC Sion, aunque nunca en una posición clave, después en el Martigny, luego de nuevo en el Coira, el Bellinzona y el Locarno: nada de envergadura, nada destacable. Sólo captaba la atención de la gente que realmente se preocupaba por él. Petkovic era reservado; pero cuando alguien le pedía un consejo, lo ayudaba, recuerda un compañero suyo del FC Coira que había ido de excursión a las montañas de los Grisones con Petkovic y otros jugadores extranjeros del club.
Petkovic no se imponía a los demás, de ahí que apenas llamase la atención durante mucho tiempo: una imagen un poco deslucida, más allá de la cual nadie sospechaba que hubiera un gran talento. Se desempeñó de manera satisfactoria como entrenador en los niveles inferiores. Dondequiera que trabajara alcanzaba algo así como el éxito, y si permanecía más tiempo en un equipo, solía lograr que mejorase. Petkovic se instaló con su mujer y sus dos hijas en el Tesino, donde entrenó a partir de 1998 prácticamente a todos los clubes más o menos ambiciosos, como el Agno, el Lugano y el Bellinzona. En 2008, llevó al AC Bellinzona a la primera liga suiza y a la final de la Copa, gracias a lo cual destacó de repente: los medios se pusieron a hablar de él. Pero más que a su trabajo como entrenador, esto se debía en gran medida a su ocupación principal: Petkovic colaboró hasta el verano de 2008 como trabajador social de Cáritas, donde encabezaba proyectos dirigidos a los desempleados.
En aquel entonces nadie sospechaba que, diez años más tarde, Petkovic llevaría a la selección suiza al Mundial. Fue lo que caracterizó toda su carrera: la gente lo subestimaba, dado que fuera del Tesino prácticamente nadie se dio cuenta de que Petkovic estaba iniciando una carrera notable, procurando además que sus equipos jugasen un fútbol atractivo. Cuando el Young Boys lo fichó en agosto de 2008, una vez más se evocó su faceta de trabajador social —un caso muy especial, por supuesto—. Y nunca se dejaba de recordarle que había venido desde muy lejos a Berna, como si el Tesino estuviera en otro continente. Cuando los funcionarios de la Asociación Suiza de Fútbol lo contrataron como seleccionador nacional en el verano de 2014, en un principio habían seleccionado a otro candidato: “Marcel Koller”, quien era entonces el seleccionador de Austria. Petkovic sólo era la segunda opción. Como quiera que sea, a Petkovic apenas se le notó nunca de forma concluyente si todo ello le molestaba o no, si el hecho de ser relegado como segunda opción era para él una ofensa o, por el contrario, una oportunidad. Cuando alguien le preguntó una vez lo que le había convencido personalmente de que iba a ser un buen entrenador, Petkovic afirmó: “Absolutamente nada”. Fue un momento relajado, lleno de humor, de los que Petkovic sólo concede cuando se siente a gusto, es decir, bien y de alguna forma seguro de que será entendido. De hecho, su profunda convicción de que sería un buen entrenador la albergaba sobre todo en su interior; sólo la confiaba a sus mejores amigos y a algunos conocidos del Tesino, esa región remota, ubicada en otro continente.
Lo que ha permitido a Petkovic llegar tan lejos en su carrera no es alguna autoestima ciega, alguna especie de soberbia, sino algo que podría llamarse una autoconfianza estratégica. Ha aprendido a creer en sí mismo, porque vivió mucho tiempo en segundo plano, porque no era desde hace muchos años un jugador vitoreado de la selección, al que la gente creía automáticamente capaz de llegar a ser un buen entrenador. Y si no nos referimos al Tesino, sino a la situación de partida de Petkovic, es verdad que vino desde muy lejos. Durante bastante tiempo, tuvo que demostrar lo que era capaz de hacer —a diferencia de los jugadores de élite, de los que se cree que son capaces de grandes logros antes siquiera de que hayan entrenado a un equipo—.
Sí, es probable que Petkovic haya aprendido muchas cosas sin que lo recuerde en la actualidad: no sólo de los sesenta y setenta en Sarajevo, sino también más tarde, cuando llegó a Suiza como jugador de fútbol de 23 años y, debido a un malentendido, no había nadie para recogerlo en el aeropuerto de Kloten. Otro malentendido se produjo cuando los del Coira, que esperaban a un delantero, dieron con un centrocampista. Bien podría afirmarse que Petkovic siempre tiene que demostrar sus capacidades, algo que resulta particularmente útil en el ámbito futbolístico, donde lo que fue ayer, hoy en día ya no tiene casi ninguna validez. El mejor ejemplo de ello es que gracias a Petkovic, precisamente, el Young Boys jugó un fútbol espectacular, aunque el paso de este entrenador por el club bernés suele asociarse con el frustrado título de campeón, en 2010.
Con la selección sucede algo parecido: en la calificación para el Mundial de 2018, Petkovic condujo al equipo de victoria en victoria durante nueve partidos; sin embargo, todos aguardaban el décimo encuentro, que jugó fuera en Portugal, en cuya ocasión los suizos perdieron y tuvieron que ir a la repesca contra Irlanda del Norte. Hubo dudas respecto a la solidez del equipo, el cual se considera a sí mismo mejor de lo que es desde hace años. Sin embargo, Petkovic lo condujo sereno por la repesca y por los momentos de duda, como si fuera entrenador al máximo nivel desde hace veinte años o más y hubiera pasado innumerables veces por semejante situación.
Pero tal no era el caso. A diferencia de su predecesor Ottmar Hitzfeld, Petkovic no ha pasado por decenas de grandes partidos en estadios repletos, y hay situaciones que sólo le toca vivir por segunda, tercera o cuarta vez. El hecho de que salga airoso de ellas es muy revelador de su aptitud, de su talento como entrenador. Petkovic, quien ha adquirido entretanto la doble nacionalidad croata y suiza, siguió en 2014 los pasos de los grandes entrenadores, al suceder a una figura de clase mundial como Hitzfeld y a Köbi Kuhn, auténtico héroe nacional que gozó de gran popularidad, primero como jugador y, más tarde, como entrenador. Ahora se le presenta la siguiente oportunidad, la de superar a estos dos ídolos, intentando llevar a Suiza, por primera vez desde 1954, a los cuartos de final de este gran torneo. Hace dos años, en la Eurocopa de Francia, él tampoco pudo lograr este objetivo y tuvo que rendirse ante Polonia durante los penaltis de los octavos de final. Pero es probable que haya aprendido muchas cosas de esa derrota, sin que lo recuerde en la actualidad.
Imagen Vladimir Petkovic, el motivador en reposo (en la imagen, con el delantero nacional Haris Seferovic). Fotografía Keystone
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