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En el cañón de Santa Verena, cerca de Soleura, vive el único ermitaño oficial de Suiza. Pero preservar este lugar de devoción no es fácil. Este sitio histórico se ha convertido en una muy concurrida atracción turística. ¿Cómo se puede estar solo en medio de la multitud?
Para llegar a la ermita de Santa Verena no hay manera de perderse: el camino está perfectamente señalizado. Esto puede parecer paradójico, ya que la palabra “ermita” suele evocar un sitio oculto, remoto y de difícil acceso. Sin embargo, el cañón de Santa Verena es toda una atracción turística, ubicada a corta distancia de la ciudad de Soleura, en la muy poblada meseta central suiza. La oficina de turismo promociona la ermita como “un espacio cargado de energía mística”: una fórmula que suena atractiva, incluso para quien no tiene mucha devoción. Después de una buena media hora de caminata se llega a la entrada sur del cañón. Unas placas indican que estamos ante un patrimonio nacional protegido, dentro de una reserva natural. Está prohibido el tránsito vehicular y los perros deben ir atados con correa.
Se camina junto a un pequeño arroyo que serpentea entre empinadas paredes calcáreas. Un coro de pájaros, un dosel alto de hojas verdes. Resulta fácil comprender al barón de Breteuil, que creó el sendero en 1791 como parte de un romántico jardín paisajístico. Este francés había huido a Soleura, fatigado de las convulsiones revolucionarias de su país.
Esta mañana hay pocas personas en el cañón que lleva a la ermita. Junto al puente de piedra, dos perros retozan sin correa. “Son muy educados”, asegura el dueño en su ropa deportiva de color neón. Un matrimonio nos confía que viene aquí desde hace años para cargarse de energía: “Es una lástima que no vendan postales”.
Una última curva y de pronto aparece un claro donde se yerguen dos diminutas capillas antiguas y, junto a ellas, la ermita que parece acurrucarse bajo la majestuosa pared de roca. Estamos aquí en un mundo en miniatura, en un sitio sagrado. En la casita rodeada de flores vive Michael Daum. Hace cuatro años, el municipio de Soleura, propietario del predio, eligió a este alemán como nuevo ermitaño, dando continuidad a una tradición multisecular. Desde el siglo XV viven ermitaños en este cañón. Se dice que Santa Verena curaba allí a poseídos y ciegos. El ermitaño actual cuida de los edificios sagrados y mantiene limpio el sitio. A cambio recibe un modesto sueldo del municipio. Cuando se mudó, Daum afirmó sentirse llamado por Dios.
Nos hubiera gustado saber cómo se siente el único ermitaño oficial de Suiza, cómo se aísla del ajetreo de los tiempos modernos. Y también lo que él, como experto en distanciamiento social, opina de estos tiempos de pandemia, en los que ha vuelto a surgir la añoranza por la naturaleza, por un modo de vida más sencillo y austero. Sin embargo, la municipalidad denegó la solicitud de Panorama Suizo para visitar a Daum: el ermitaño no recibe a los medios de comunicación y ya no se les permite a los fotógrafos profesionales tomar fotos de la ermita.
Esto era diferente hasta hace unos años. Las dos predwecesoras de Daum (una vivió en la ermita de 2009 a 2014, la otra de 2014 a 2016) fueron entrevistadas por la prensa nacional y extranjera: en ese entonces, la municipalidad buscaba afanosamente candidatos para ocupar el cargo de ermitaño.
El Presidente del concejo municipal, Sergio Wyniger, nos explica el motivo de tal cambio: lo que se procura evitar es una excesiva afluencia de visitantes, para que la ermita vuelva a ser un lugar de silencio y devoción. “No le prohibimos a nadie que venga”, resalta Wyniger. Por amor a la patria, el municipio sigue permitiendo que la ermita se visite; pero desea imponer ciertas normas de comportamiento, pues se ha convertido en una atracción turística. Este año ha venido más gente, debido al coronavirus:
“Muchos no tenían la más mínima conciencia de que se trata de un lugar espiritual”.
Presidente del concejo municipal
Esta enorme afluencia daba lugar a interminables sesiones fotográficas, escándalo, basura. Hubo incluso drones que sobrevolaron la ermita para realizar tomas aéreas. Eso se prohibió de inmediato. El bullicio no sólo molestaba a quienes venían a rezar, sino también a quienes acudían al ermitaño en busca de consejos personales, añade Wyniger: una situación que no habían soportado las predecesoras de Daum. El ermitaño actual maneja mejor las cosas, afirma su empleador. Probablemente le sirva su experiencia anterior como policía: sabe intervenir en caso necesario. Antes de Navidad echó de allí a unas personas que habían instalado un puesto de venta de vino caliente. Este incidente provocó disgusto y fue denunciado por la prensa local.
“No se puede contentar a todo el mundo”, comenta Wyniger. Daum está allí para ayudar a la gente pero, al mismo tiempo, sabe aislarse. Desde hace poco los grupos pueden concertar un encuentro con el ermitaño. Por la cantidad de 150 francos, les contará durante una hora su vida y su día a día: en Suiza, un buen ermitaño no tiene por qué estar reñido con el mundo de los negocios. Sin embargo, Panorama Suizo quería saber de primera mano qué siente uno cuando se retira de la vida mundana, por lo que decidimos contactar con la abadía de Einsiedeln, en Suiza Central; esto nos condujo hasta el padre Philipp Steiner, quien nos contestó: “La vida monacal comporta momentos de soledad y momentos de convivencia”.
Hace trescientos años, prosigue el monje benedictino, nuestros antecesores se preguntaron cómo conciliar el ajetreo de un animado lugar de peregrinación con la serenidad de un convento. Decidieron apartar las celdas privadas del bullicio que reinaba en el atrio del convento, para acercarlas al silencio de la naturaleza. Pero el silencio es “un bien amenazado, sobre todo en nuestra época”, constata el padre Philipp. En la muy concurrida iglesia del convento se necesita constante supervisión para conservar la atmósfera de oración. El convento ofrece retiros espirituales a quienquiera que venga aquí en busca de paz y solaz: “Son muy pocos los días en que no tenemos huéspedes”, asegura el monje.
Pero regresemos a la ermita de Santa Verena, que empieza a llenarse sobre el mediodía. Un hombre de edad reza en la gruta del Monte de los Olivos, mientras que ciclistas y practicantes de marcha nórdica pasan a su lado, a toda prisa; surge una pareja de novios con el fotógrafo; un alegre grupo de compañeros de trabajo se dirige al restaurante “Einsiedelei”, en la salida norte de la garganta; se acercan corriendo los alumnos de un colegio. La profesora logra acallar el griterío. A cada niño se le permite introducir la mano en el Verenenloch, un orificio en la roca, del tamaño de un puño. Se dice que trae suerte, susurra la profesora.
Según afirman los científicos, nuestra tolerancia a la muchedumbre en lugares exiguos depende menos de la cantidad de personas que de la configuración del entorno y del respeto mutuo. La Sociedad de la Ermita, que asiste al municipio de Soleura en el mantenimiento del sitio, apuesta también por el respeto. Ha publicado un libro para colorear, destinado a sensibilizar a los niños sobre la necesidad de proteger la ermita y su paisaje. Se trata, dice su autor, de sembrar en la mente del niño una semilla, con la esperanza de que madure en la vida adulta.
Si los conflictos por el uso del espacio afectan hasta al ermitaño del desfiladero, no cabe duda de que Suiza ha cambiado. La población de este pequeño país va en constante aumento: alcanza en la actualidad los 8,6 millones de habitantes. Hace cuarenta años eran 6,3 millones. Según las estadísticas de la Confederación, dentro de veinte años se podría alcanzar los 10 millones. En promedio viven actualmente en Suiza 215 personas por kilómetro cuadrado, una densidad doble de la de Francia. Debido a la topografía accidentada del país, más de dos tercios de la población viven en la meseta central, entre el lago de Ginebra y el de Constanza, donde se sitúa la zona con mayor densidad y la superficie construida va en aumento. Pero hay que tener en cuenta que los suizos ocupan más espacio habitable que antes: 48 m2 de superficie de vivienda por persona, esto es, siete más que hace sesenta años. Una construcción más compacta en menos espacio podría contrarrestar esta tendencia. No obstante, la pandemia del coronavirus ha obligado a preguntarse si esto no podría ser perjudicial para la salud. Desde el confinamiento, los agentes inmobiliarios han observado una tendencia a huir de la ciudad: crece la demanda de viviendas rurales. Sin embargo, no existe consenso entre los políticos acerca de la magnitud del estrés que provoca la densidad de población en Suiza.
(SWE)
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A ce qu'il a beaucoup de visites.