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  • Literatura

Gertrud Pfander | “¡Somos magos! ¡Tenemos un sexto sentido! ¡Venceremos!”

06.12.2024 – Charles Linsmayer

Gertrud Pfander no es una de las grandes figuras de la literatura. Pero a través de sus elegías, esta poetisa nacida en Basilea y fallecida en 1898 a los veinticuatro años rindió un conmovedor homenaje a todas las víctimas de la tuberculosis.

«Ich wollte weisse Adler senden Und liess ein Schwalbenpärchen raus. Ich wollte mächtige Worte wenden, Ich wollte weisse Lilien spenden Und nun ist’s nur ein Heidestrauss.» “Quería enviar águilas blancas, / Y solté dos golondrinas. / Quería pronunciar un poderoso discurso, / Quería ofrecer blancos lirios, / Y al final solo fue un ramo de brezo”.

 

Gertrud Pfander (1874 – 1898)

Los versos que Gertrud Pfander colocó al comienzo de sus últimos poemas, en 1898, traducen el decaimiento de esa voluntad irrefrenable con la que había querido arrancar algo perenne a su enfermedad. Seguía esperando “la gran felicidad”, como escribió en una biografía en 1896, “porque [su] sed aún no se ha saciado”. Nacida en Basilea el 1.o de mayo de 1874 como hija ilegítima, Gertrud Pfander aguantó el dolor de la exclusión y el abandono hasta el límite de lo soportable. Durante breves estancias en el extranjero logró liberarse de su profunda angustia, y apenas empezaba a definir su propia personalidad en su trabajo de telefonista cuando la tuberculosis la sorprendió y echó por tierra todos sus planes. Tenía veinte años, ninguna vida a sus espaldas y ninguna por delante, iba de sanatorio en sanatorio como una paria tras heredar una modesta fortuna y sufría, más que por la enfermedad, por un insaciable anhelo de amor y protección.

La angustia existencial como fuente de inspiración

No es de extrañar que empezara a confiar su angustia al papel, como ya había hecho de niña, pero sí que consiguiera expresar de forma tan conmovedora la amenaza que se cernía sobre su existencia, así como la poca felicidad que aún le quedaba, con sus medios de aficionada y una poesía de rima convencional y esquemática inspirada en Heinrich Heine y Annette von Droste-Hülshoff. Lo excepcional de sus versos no es su perfección formal, sino el radicalismo con que se limita a su propia experiencia íntima, la sinceridad con que expresa sus sentimientos, la naturalidad –sorprendente para su época– con que asigna la experiencia del amor a la mujer como sujeto, y al hombre como objeto.

“Como siempre he sido pobre pero siempre he vagado libre, me he acercado aún más a los gigantes de las montañas y los gruesos nubarrones. Y sigo esperando la gran felicidad. Porque mi sed aún no se ha saciado. Y como he contado esto a mis queridos amigos en verso, me he convertido en poetisa. Mi maestra es la vida, sobre todo la vida infeliz. Frente a eso, los raciocinios y la filosofía no sirven de nada. Pido a mis lectores que me crean: más que del artificio, mis frases son fruto de la absoluta necesidad de ser franca”.

Gertrud Pfander, Prefacio al poemario “Passifloren”, Zúrich 1896, agotado

El amor como elixir

Aunque su musa llevaba un “largo vestido negro”, lo que alimentó su poesía hasta el final fue el amor: su amor nunca confesado por el primer violinista de la orquesta del Kursaal de Montreux, que en 1894 introdujo el elemento musical en sus poemas; o su amor por el hijo de un granjero de Turingia que, en 1896, abandonó las orillas del lago Lemán para dirigirse a El Cairo e imprimió en el corazón y la poesía de la joven un anhelo de tierras exóticas. Sin embargo, su relación más conmovedora fue la que mantuvo con el escultor Abraham Graf, de diecinueve años, que también padecía la temible enfermedad pulmonar y murió un mes antes que ella. A él dedicó en 1897 las cuatro desgarradoras elegías del ciclo “Heimgang”. Cuando Gertrud Pfander murió en Davos el 9 de noviembre de 1898, a la edad de veinticuatro años, dejó tras de sí un total de ochenta poemas, algunos de los cuales ya habían sido publicados en 1896 en la colección Passifloren o que más tarde, en 1908, publicaría Karl Henckell bajo el título “Helldunkel”. Incluso más de cien años después no es fácil determinar cuántas de estas gráciles estrofas están destinadas a la eternidad literaria. Para la propia Gertrud Pfander, en cualquier caso, escribir poesía fue un prodigioso consuelo y un gran motivo de satisfacción. “¡Somos un pueblo de poetas!”, exclamaba en una carta de 1898, año de su muerte. “¡Somos magos! ¡Tenemos un sexto sentido! Y al final, ¡venceremos! Te Deum laudamus”.

Charles Linsmayer es filólogo y periodista en Zúrich

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