Literatura
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La única novela de Max Pulver, “Himmelpfortgasse”, se desarrolla en Viena y fracasó rotundamente ante la crítica.
Pocas novelas suizas han sido tan poco apreciadas como “Himmelpfortgasse”, publicada en 1927 por el dramaturgo y psicólogo bernés Max Pulver, quien en aquel entonces contaba con 38 años. La crítica se mofó de él, poniéndolo como ejemplo repugnante de un “sensualismo desmesurado” y todavía en 1968, el germanista Werner Günther declaraba que Pulver “desperdiciaba la fuerza de su estilo en una obra sin remedio”.
La novela se escribió en 1924 en Zúrich y al parecer fue creada de un tirón, en una situación de angustia psíquica. Pulver se había separado finalmente de su esposa, de la que llevaba largo tiempo distanciado. Y poco antes, en Múnich, posiblemente tuvo un encuentro con una mujer joven que lo puso primero en un estado de euforia excitante, y después en otro de mortal abatimiento. En todo caso, en un estado en el que Pulver, considerado como aprendiz de Hofmannsthal y a quien Oskar Walzel consideraba un “nuevo ejecutor de intenciones estilísticas clásicas”, soltó todo el lastre de la educación para convertirse en un “expresionista”: un hombre con una energía que lo impele a transformar todo lo vivido en palabras directas y sin filtro alguno.
En su novela, Pulver, apenas camuflado, aparece como un psicólogo y escritor holandés de nombre Alexander Mooenboom; a su mujer, Berta Feldmann, la convierte en Ruth, e incluye a una joven pintora llamada Mariquita, ante cuyo encanto sucumbe plenamente Mooenboom. La encuentra en Múnich, viaja tras ella a Viena y con ella descubre aquella ciudad, que para Pulver ya de por sí era “la encarnación pétrea del deseo de redención erótica” –un éxtasis en el que la cocaína desempeña un papel relevante–.
Los escenarios centrales son los hoteles de Viena y los restaurantes Klomser, Ronacher y Kobenzl y, sobre todo, la estrecha callejuela Himmelpfortgasse, en la que Mariquita tenía su taller y que la novela estiliza de modo indirecto como el símbolo de la vagina: “Mi reino. El reino de los cielos. El paraíso. Una llama de pelo oscuro se eleva sobre el ojo interior. Me invade la lujuria. La puerta al paraíso debe ser estrecha”. El éxtasis acaba en desilusión, Mariquita anuncia su boda con un burgués de Viena y al final se descubre lo que se deja entrever en la novela desde el mismo inicio: que el éxtasis vienés es la última fase de una profunda crisis existencial de la que Mooenboom, como el brillante psicólogo que es, sale por sí solo en la frontera entre las ganas de vivir y el deseo de morir. Con actitud fáustica y desafiando su carácter indomable, se propone desentrañar el secreto de la vida, hallar su sentido. En esta búsqueda del sentido no existe ningún tabú, nada que se excluya, hasta que se ve devuelto a sí mismo, al encuentro con el propio yo. “Eso es sanación: encontrarme conmigo mismo: con mi más antiguo y sólo Dios sabe cuán desconocido amigo”.
¿Y la cocaína, que pareció apabullar a la crítica de 1927, aún más que el erotismo claramente descrito? En la novela no sirve para acrecentar la lujuria, ni tampoco para huir de la realidad. En el mismo inicio, Pulver lo deja claro: no la recomienda a los “viajeros del placer”: “Sólo consumirla es suicidio”. Pero para el encuentro amoroso la droga desempeña un papel estimulante, es la que lo transciende hasta un verdadero éxtasis sobrenatural: “Olas de sangre brotaban jubilosas del corazón, en un torbellino azotado por un impulso ajeno; este primer choque hace saltar todos los candados. No hay secreto que soporte esta llave maestra, más efectiva que cualquier ganzúa, que desbloquea suavemente y de modo irresistible todo lo protegido”.
Después de “Himmelpfortgasse”, ese libro que él mismo consideraría más tarde como la peor de sus obras, Pulver escribió nuevamente poemas clásicos serios. Con “Symbolik der Handschrift” [Simbolismo de la escritura] se convirtió en fundador de la grafología científica y murió en 1952 en Zúrich, como reputado perito grafólogo y erudito. Pero en 1981, con motivo de la reedición de “Himmelpfortgasse” después de 55 años, el periódico neoyorkino Aufbau escribió que con esta novela “vuelve a estar asequible una obra del expresionismo suizo, cuya trascendencia aún falta descubrir.”
“Descansando uno junto a otro volamos a toda velocidad como estrellas fugaces cuya trayectoria se roza en un ballet mortal. El tiempo se detiene y espía. Un suave crujido en la pared. Nada rompe la excitación.”
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