Literatura
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El escritor Albert Bächtold vivió la Revolución rusa como suizo en el extranjero y relató sus vivencias en el dialecto de Schaffhausen.
Sobraban muchos profesores cuando el maestro de primaria de 22 años, Albert Bächtold, dejó su puesto en 1913 después de dos años y aceptó la propuesta de un suizo en el extranjero de trabajar como profesor particular en la finca señorial Baranowitschi, cerca de Kiev. Allí vivió los días más dramáticos de la historia rusa moderna: la caída del zar, el fracaso del gobierno republicano de Kérenski, el regreso de Lenin y la revolución, que lejos de hacer de él un comunista, lo convirtió en enemigo del marxismo. Regresó a Suiza en octubre de 1918, en el tren que Lenin puso a disposición de los suizos en el extranjero y luchó allí por sus compatriotas expulsados de Rusia. Para reunir dinero para ellos viajó a Estados Unidos, donde dictó ponencias, visitó la tristemente célebre cárcel de Sing Sing y se topó por casualidad con una empresa que ofrecía proyectores de cine portátiles con el lema “El cine en tu bolsillo”. A Bächtold le gustó la idea y se convirtió en su representante suizo. En poco tiempo amasó una fortuna, condujo el automóvil más caro de la época y se casó en segundas nupcias con la modelo más bella de la casa de moda Grieder. Hasta que el sueño se esfumó en la crisis económica de 1929. De pronto pobre y solo, Bächtold intentó sobrevivir como periodista.
Entusiasmado por Knut Hamsun, escribió la novela “Der grosse Tag”, de la que leyó extractos en el círculo de poetas de Rudolf Jakob Humm, en su célebre “Rabenhaus”. La velada fue un fracaso; pero como había traducido antes un capítulo al dialecto de Klettgau, los presentes le aconsejaron que escribiera sólo en dialecto.
Así surgió su primer libro en dialecto, “De Tischtelfink”, un homenaje a su padre que falleció a temprana edad. Envió el manuscrito durante años a varias editoriales hasta que, en 1939, fue publicado en la editorial izquierdista Büchergilde Gutenberg, que apostaba por lo nacional para la defensa intelectual del país. Después escribió otras obras autobiográficas en dialecto de Klettgau, con títulos como “De Hannili Peter” (historia de su niñez), “Wält uhni Liecht” (informe de una operación de los ojos), “De Studänt Räbme” (su escolaridad en el colegio de Schaffhausen) o “De ander Wäg” (sus años en Zúrich y su decisión por el dialecto). En 1950, publicó dos extensos tomos en los que narra su aventura en Rusia, de 1913 a 1918, bajo el título “Pjotr Ivanowitsch”. Este libro fue su éxito más espectacular; contiene elementos autobiográficos, así como una dramática historia de amor ficticia. El paisaje y la sociedad rusos cobran gran autenticidad en la novela y Bächtold enriqueció el dialecto de Klettgau con nuevas palabras, oraciones y diálogos para acercarlo más al ruso. Y a pesar de que en esta novela los rusos hablan perfectamente el dialecto de Klettgau, se pueden reconocer los personajes con acento extranjero o con un defecto de articulación.
En 1953, Bächtold escribió “De Silberstaab”, donde narra su estancia en EE. UU. en el dialecto de Klettgau, pero sin la intensidad y la cercanía de su obra sobre Rusia. Esto es perfectamente comprensible en vista del juicio que emite acerca de los dos países: “A los Estados Unidos se les admira y después uno se olvida de ellos. No se siente añoranza por este país. Por Rusia se siente cariño, y lo que se ama nunca se olvida”.
Hasta su muerte con 90 años en 1981, Albert Bächtold escribió 14 libros en el dialecto de Klettgau. Casi nadie se ocupa de ellos fuera de Schaffhausen, pero todavía se pueden solicitar en la editorial Meier de Schaffhausen. Tras su muerte se vendió un extenso terreno que poseía en Meilen, lo que permitió que sus obras se publiquen una y otra vez, por lo que todavía seguirán disponibles dentro de 500 años.
“Ante nuestros ojos, a plena luz del día, muere uno de los mayores valores culturales y nadie mueve un dedo. Tenemos dinero, interés y tiempo para todo, menos para nuestra lengua materna.”
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Dann kam das Handelsdiplom und unser Leben als Erwachsene begann. Ich zog sehr bald nach Deutschland, wo ich bis zum heutigen Tage noch bin. Meine Freundin ist schon vor vielen Jahren gestorben und ich kann also in meiner gemütlichen Dachwohnung mit Aussicht auf die Dächer der kleinen Stadt Mayen zu niemandem mehr sagen: "Chum, me gönt de Herr Bächtold go bsueche." - Alles was bleibt ist die Erinnerung.