Literatura
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En 1959, con su libro “Frauen im Laufgitter” [“Mujeres en jaula”], la jurista Iris von Roten dio un nuevo giro a la lucha de las mujeres suizas por la igualdad. A la postre, su rebelión desembocaría en un exitoso movimiento.
“Yo lo quería todo: desenfrenadas aventuras, exóticas tierras lejanas, muestras de fortaleza, independencia, libertad... una vida trepidante”, declaró Iris von Roten en 1979, en una entrevista sobre los anhelos de su infancia. Ya de colegiala en Zúrich, Iris von Roten, nacida el 2 de abril de 1917 en Basilea, se rebelaba contra los roles estereotipados asignados a la mujer. Estudió Derecho para asegurarse una vida independiente, aunque después trabajara como periodista, ya que lo tenía claro: “Para mí, escribir un buen artículo es más importante que comer o dormir”. La elegante joven para nada era una marisabidilla; cuando conoció a Peter von Roten, jurista del Valais y futuro político un año mayor que ella, surgió una de las historias de amor más fascinantes del siglo XX, llena de altibajos y de incontables episodios de explosiva convivencia. A pesar de que la relación otorgaba plena libertad a ambos, Iris von Roten convirtió a su marido a su credo feminista, un credo abierto y a la vez radical. Fue él quien la respaldó y animó como nadie cuando en 1948, en Estados Unidos, empezó a escribir con gran ímpetu, en términos tanto jurídico-políticos como sensuales y físicos, el libro en el que reclamaba la igualdad de género: “Frauen im Laufgitter” [literalmente: “Mujeres en el parque para bebés”], cuyo ingenioso título no dejaba la menor duda sobre la militancia de su autora. “El libro es una obra maestra que refleja las ansias de vivir en igualdad, un libro que pide justicia a gritos”, reconoció Peter von Roten desde el principio. Desafortunadamente, para Suiza (y para el exánime movimiento feminista de la época) el libro llegaba cincuenta años antes de tiempo y, más allá de algunos reconocimientos, como el de Laure Wyss, no suscitó más que acerbas críticas e insultos.
Por más traumática que fuera esta experiencia, no logró doblegarla. En 1959 publicó todavía un “Breviario de los derechos de la mujer”, antes de abandonar el tema de la emancipación femenina. Viajó en su propio vehículo a Turquía, al norte de África y al sur de Francia, y publicó en 1965 un diario de viaje titulado “Del Bósforo al Éufrates. Turcos y Turquía”. Posteriormente voló a Brasil, Sri Lanka y otros países, hasta que quedó profundamente afligida por el turismo de masas. Entonces se dedicó a la pintura: decidió pintar cien cuadros de flores (de los que llegó a terminar 56), ya que esa gran luchadora era también una intransigente esteta que llegó a confesar: “Al igual que tengo hambre y sed, experimento a diario una inefable necesidad de belleza”.
El 11 de septiembre de 1990, poco antes de que “Frauen im Laufgitter” se reeditara y se convirtiera en superventas, Iris von Roten se quitó la vida, aquejada de varias enfermedades y atormentada por el insomnio: fue su última expresión radical de esa independencia que defendió toda su vida. En una carta de despedida escribió: “Al igual que un huésped debe saber cuándo ha llegado la hora de marcharse, conviene saber cuándo abandonar la mesa de la vida”.
Desde hace mucho tiempo, Iris von Roten, cuyo feminismo no tenía nada de sectario, se ha convertido en ídolo del movimiento femenino en Suiza. En 2007, la obra de Wilfried Meichtry “Verliebte Feinde” [“Enemigos enamorados”], que en 2012 se adaptaría al cine, vino a hacer justicia a esta extraordinaria pareja. Y en 2021, Camille Logoz publicó una edición francesa de “Frauen im Laufgitter”, bajo el título “Femmes sous surveillance”.
Bibliografía: Iris von Roten, “Frauen im Laufgitter”, editorial eFeF, 2014. Traducción al francés: “Femmes sous surveillance”, Antipodes, 2021.
“La igualdad política de la mujer va en contra de los privilegios de los hombres y, por tanto, de sus intereses, entendiendo como interés la autoafirmación y el desarrollo personal a costa de otros. En un sentido más amplio, por el contrario, la democracia plena también es de interés para los hombres. Cuando, para variar, le toca escuchar, su asertividad se ve vulnerada, pero también le hace bien, como suele decirse, ya que tener que escuchar confiere a su ego desenfrenado formas más atractivas, lo que aumenta su simpatía”.
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