Literatura
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Escritor popular naíf, el suizo Ernst Frey recorrió a sus 15 años los Estados Unidos a pie y, a veces, como polizón.
¿Quién no se ha reído viendo a Charlie Chaplin en su papel de tramp, ese trabajador migratorio de los años 1880 en los Estados Unidos, que se brincaba a los trenes de carga, aceptaba de vez en cuando algún trabajillo y se comía una que otra gallina robada? Este personaje hizo su entrada en la literatura a través de una novela publicada en 1908: “The Autobiography of a Super-Tramp”, de William Henry Davies (1871–1940). El título de la novela inspiró al grupo pop británico que asumió en 1969 el nombre de “Supertramp”.
Menos conocido, en cambio, es el hecho de que hubo también un suizo que, ya a sus 15 años, vivió como vagabundo en Estados Unidos y describió sus vivencias en un libro cuya importancia es más sociológica que literaria. Se trata de Ernst Frey (1876-1956), nacido en Zurzach, que de 1891 a 1894 recorrió EE. UU. antes de establecerse como granjero en Benken (BL), en 1905. Junto con su esposa, también amante de la literatura, este campesino que simpatizaba con el socialismo publicó relatos con tintes autobiográficos, como “Güggs. Eine Geschichte” [“Güggs. Una historia”] (1912), “Oh Menschenherz” [“Oh, corazón humano”] (1915), “Unterwegs” [“En el camino”] (1925), “Die Frau in Sammet” [“La mujer en terciopelo”] (1930), así como los “Briefe an meine Frau” [“Cartas a mi esposa”] (1925) que reflejan su insaciable pasión por aprender. Pero Frey ya había publicado en 1906 “Zugvogel. Skizzen aus der Heimat und überm Ozean” [“Ave migratoria. Esbozos de la patria y de ultramar”], obra en la que describe su vida como vagabundo deseoso de recorrer a pie todos los estados de la gran nación americana.
En esta obra, el escritor relata que solo tomaba el tren “en caso de absoluta necesidad”. Por ejemplo, cuando se unió a un grupo de “veinte a cincuenta vagabundos” para viajar de Knoxville a Cincinnati. Logró ganarse su confianza con una barra de tabaco de mascar. “Cada uno se puso su parte entre los dientes y se desvanecieron las miradas hostiles”. En el vagón de carga vacío, un anciano narraba sus recuerdos de la Guerra de Secesión. “El tren empezó a moverse. Todos estaban acostados en el suelo, mascaban su tabaco y disfrutaban de los traqueteos y sacudidas que cada vez iban en aumento”. En Livingston, el maquinista intentó deshacerse de los polizones usando una manguera de incendios. “Por suerte caí boca abajo, pues de lo contrario me hubiera asfixiado por la fuerza del chorro que me impactó”. Finalmente se escuchó una voz que gritaba desde el exterior: “¡Qué lástima, se acabó el agua! De lo contrario, the devil catch me, hubiera ahogado a estos tipos como ratas”. El narrador se enteró después, por medio de la prensa, de que una docena de tramps le habían dado tal paliza al engineer en plena calle, que éste terminó en el hospital.
Amo los Estados Unidos, porque ningún otro país sería capaz de satisfacer mi espíritu viajero como éste, porque su tamaño y belleza, su naturaleza y sus libertades colman mis anhelos. Aquí vivo como tengo que hacerlo para conservar mi salud física y mental. En mi país, las condiciones de vida son totalmente diferentes. Allá, mi forma de vivir me habría valido severas críticas.
Editorial Arnold Bopp, Zúrich 1906. Agotado
Antes de regresar en 1894 a Liverpool a bordo de un buque de carga, el joven suizo trabajó como cocinero en una isla de ostras y vivió una dramática historia de amor con una chica también de apenas 17 años, de origen amerindio. Tras haber sido golpeada y echada de casa por su padre, la joven quiso acompañar a Frey en sus andanzas, pero éste le respondió que “una chica no podía ser su compañera de viaje”. A pesar de estar locamente enamorado de ella, mantuvo su postura después de que Polly lo ayudara a recuperarse de la malaria, e incluso robara para él. Acusada de robo, terminó siendo absuelta gracias a la intervención del joven. Ambos salieron del palacio de justicia y, tras compartir caricias y entonar canciones estadounidenses a orillas del río, el suizo abandonó furtivamente a “la más hermosa pequeña yankee que hubiera visto jamás” para proseguir su vida despreocupada de vagabundo: “Volver a despedirme de Polly habría sido demasiado duro”.
No existe ningún libro disponible de Ernst Frey.
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