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Hacer un alto en la Plaza de la Abadía, disfrutar de las hermosas vistas al lago de Constanza, entrar en una de las tabernas del casco antiguo, descubrir la singular historia textil de la ciudad: sobran razones para visitar San Galo.
¿Acaso hay algo más que visitar después de Zúrich? Sí: Winterthur y Wil; y también San Galo. Este tipo de pregunta no es infrecuente y muestra cómo los habitantes de San Galo a veces deben explicarse frente a otros suizos, y cómo ellos mismos suelen posicionarse. La región parece algo aislada. A menudo los turistas la pasan por alto. Y eso a pesar de que la ciudad bien merece una visita.
Quien viaja a San Galo en tren ya lo ve nada más llegar a la estación: a la izquierda se perfila la silueta pionera de la Lokremise, el hangar circular de locomotoras más grande de Suiza. Hoy en día, se celebran aquí eventos culturales y se ofrece el cine de repertorio más importante de la Suiza oriental. Al bajar del tren, el rótulo de Maestrani revela que en esta estación de trenes, protegida ahora como monumento histórico, en su día se fabricaron delicias de chocolate. Y nada más subir las escaleras mecánicas, ya se percibe el olor a bratwurst que ha hecho famosa a San Galo en toda Suiza. Recuérdese: ¡hay que comerla sin mostaza!
¿Cuáles son los demás atractivos de esta ciudad de 80 000 habitantes? Sin duda, las callejuelas adoquinadas del casco antiguo, con sus ventanas saledizas y sus numerosas tabernas. En la zona mayormente peatonal ubicada entre la plaza del mercado y el barrio de la abadía también encontramos las antiguas Erststockbeizli, con su variada gama de platos que oscilan entre la alta cocina y las sabrosas especialidades regionales.
Asimismo, San Galo se caracteriza por su clima particular (¡hay aquí varios telesquíes!) y su singular topografía. La ciudad se estira entre dos colinas: Rosenberg, al norte, y Freudenberg, al sur. Al pie de Freudenberg, en St. Georgen, se encuentra la zona recreativa de Drei Weieren, donde la vista se extiende hasta el lago de Constanza, ese “mar suabo”. Y debido a las numerosas escaleras que permiten subir estas dos colinas, a San Galo también se le conoce como la ciudad de las “mil escaleras”.
La ciudad se visita cómodamente a pie. Para llegar al casco antiguo desde la estación de tren, hay que pasar por el enorme conjunto comercial de Neumarkt, antes de llegar al “Roter Platz”, ese salón a cielo abierto de San Galo que la artista Pipilotti Rist y el arquitecto Carlos Martínez equiparon con lámparas gigantes, sofás, sillas, mesas y un Porsche cubierto de granulado de goma.
Ingresemos ahora en el corazón de San Galo, donde nos espera la mayor joya de la ciudad. Su catedral barroca y su biblioteca abacial, famosa en todo el mundo, forman parte del patrimonio cultural de la humanidad de la Unesco. Esta biblioteca es la más antigua de Suiza y una de las más antiguas e importantes del mundo. Su valiosa colección de libros refleja el desarrollo de la cultura europea y nos habla de la gran influencia que ejerció la abadía de San Galo desde el siglo VIII hasta su disolución, en 1805. En el salón barroco también reposa, junto con sus dos sarcófagos, la momia de Shep-en-Isis, cuya repatriación es actualmente objeto de controversia (véase al respecto Panorama Suizo, 2/2023).
Antiguamente, San Galo también se conocía como la “ciudad vestida de blanco”, nos explica Walter Frei, un teólogo de 87 años muy apreciado aquí por sus visitas guiadas sobre la historia cultural de la ciudad. ¿A qué se debe este sobrenombre? Por un lado, a que aquí nieva frecuentemente, cuando en otras ciudades suizas solo llueve. Por otro, el nombre también es un guiño a la historia textil de la ciudad. Desde la Alta Edad Media floreció aquí la artesanía del tejido, que constituyó la base de la riqueza de la ciudad. Cuando, en el siglo XVIII, el algodón desbancó al lino, se pasó a los bordados. En torno a 1910, la producción de bordados representaba, con un 18 por ciento, el mayor ramo de exportaciones de la economía suiza, y más de la mitad de la producción mundial provenía de San Galo. Con la crisis económica mundial de 1929, la prosperidad de la ciudad terminó bruscamente.
Por último, la variada oferta cultural de San Galo también representa uno de sus grandes atractivos. Además del museo textil, que alberga una de las colecciones más importantes de Suiza y ofrece una buena panorámica de la historia textil de la Suiza oriental, hay un museo de arte, otro de cultura y otro de historia natural, además de un teatro y una sala de conciertos, ambos situados también en el barrio de los museos.
* Janina Gehrig es periodista y vive en San Galo
En el año 612 el monje peregrino Gallus se tropezó con una zarza, e interpretó esto como señal divina: se quedó en aquel lugar y fundó una ermita. El lugar en el que tropezó se encuentra cerca de la Plaza Gallus actual, en las proximidades de la cascada del desfiladero Mühleggschlucht. (JG)
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