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Peter Maurer, Presidente del Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR) desde 2012, dejará el cargo en plena tormenta mundial. El pasado noviembre anunció su dimisión, que se hará efectiva en septiembre. Su sucesora será la diplomática suiza Mirjana Spoljaric. ¿Qué legado dejará el antiguo Secretario de Estado del Departamento Federal de Asuntos Exteriores? Las opiniones al respecto están divididas. Los elogios se centran, sobre todo, en su actuación en el ámbito de las armas del futuro y demás robots asesinos. También le valió elogios su decisión de abrir la institución ginebrina a ciudadanos no suizos.
Su habilidad diplomática también ha sido muy apreciada. Ciertamente, estrechó la mano de personalidades como Xi Jinping, Emmanuel Macron, Barack Obama y Vladimir Putin, aunque los resultados de estos encuentros fueron objeto de debate. En la casa matriz, todos se alegran del giro que Peter Maurer supo dar a la gestión de la Cruz Roja: menos diplomática y más centrada en ayudar a las víctimas de los conflictos, aunque les hubiera gustado que denunciara con mayor firmeza las violaciones del derecho humanitario. “Él encarna la discreción del CICR. Es la eficacia de la acción lo que cuenta”, subraya un experto. ¿Y cuál fue su mayor desacierto? Su decisión de adherirse al Consejo de fundación del Foro Económico de Davos; la ayuda humanitaria no puede conchabarse con las multinacionales, denunciaron varios representantes electos y ex delegados. Durante el mandato de Maurer se ha casi duplicado el presupuesto de la organización, alcanzando la cifra de dos mil millones de francos. ¿Se trata de un logro? Para algunos, este incremento no carece de cierta ambigüedad. Presidir la organización de derechos humanos más importante de un mundo cada vez más inestable parece ser, casi inevitablemente, una "misión imposible".
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